Lo relevante de los arcades

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24 mayo, 2018

Es fácil, hoy en día, banalizar los arcades como juegos irrelevantes, reliquias o extravagancias de mercados de nicho. Su presencia en el mundo occidental se reduce cada vez más al mundo de la emulación y a las ferias especializadas. Aquellos muebles con sus joysticks, botones, ranuras de monedas y su voluminoso monitor de tubo, que ocupaban tanto espacios privilegiados como rincones oscuros en casi la totalidad de los bares, desde las capitales hasta los pueblos más apartados, son ahora una visión poco habitual fuera del círculo de los entusiastas. Pero no siempre fue así.

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Los arcades marcan el origen de los videojuegos como industria, a principios de los 70. No sólo son los que demuestran que es posible hacer dinero con aquel software y hardware diseñado por frikis: demuestran que su público es masivo, que trasciende edades, culturas y sexos; demuestran que pueden mover miles de millones. En la época en la que la ciencia ficción seguía prometiendo coches voladores y segundas residencias en la luna, aquellas máquinas eran un pedacito de ese futuro instalado en el presente.

No seamos románticos: si los arcades tuvieron éxito fue porque generaban dinero. Si ponías uno, se llenaba de monedas. Eso alentó su expansión por todos los Estados Unidos y Japón y su eventual conquista del mundo. A finales de los 70, principios de los 80, la industria movía ocho mil millones de dólares a la canal, el equivalente de casi veintidós mil millones de dólares de los de hoy, que se dice pronto. Sí que es cierto que a finales de esa década el mercado se había contraído hasta la cuarta parte, pero a la gente de la pasta se le había quedado la idea de lo de forrarse: a los inversores les ponen más contentos las burbujas que a los preescolares las pompas de jabón.

Muchas cosas pasaron en ese tiempo. ‘Pong’, ‘Space Invaders’, ‘Asteroids’, ‘Pac-Man’, ‘Donkey Kong’, ‘Tron’, ‘Galaxian’… y sólo estoy mencionando títulos lanzados hasta principios de los ochenta, momento en el que una oleada de miedo a lo nuevo provocase una de las cíclicas Cruzadas de la Moral™ de padres y medios de comunicación aterrados por la generación de zombis asesinos que estaba criando la nueva tecnología. En el espacio de una década surgieron, en entornos tan frikis cuya intersección con la cultura de masas era prácticamente el conjunto vacío, suficientes iconos pop como para mantener nutridas numerosas secciones de las tiendas de moda de los 2010.

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Y eso es lo relevante. Se puede hablar mucho sobre arcades, y de hecho espero hacerlo largo y tendido en esta sección. Se puede hablar de las compañías, de los creadores, de los juegos. Se puede hablar de la tecnología, del arte, de la música, del mundillo de la emulación y el inmenso fandom asociado, de las corrientes de neoretro, se puede hablar del arcade moderno —que existe—… Pero todo, en mi opinión, está fuertemente supeditado a lo que de verdad hace que los arcades sean relevantes: su impronta en la cultura.

Aquellos muebles descascarillados, llenos de marcas de arañazos, dibujos pornográficos a rotulador, quemaduras de cigarrillos y de llamas de mechero, con su olor a tabaco reconcentrado en la madera y los cables polvorientos que se retorcían de camino a alguna grasienta toma mural, marcaron a una generación. La primera generación no nativa, pero sí digital. La primera generación que habitó un ciberespacio pequeño y limitado, pero tremendamente colorido, lleno de pitidos desacomplejadamente simples.

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Aquella marca no sólo ha perdurado en el tiempo, sino que se ha extendido como una mancha de aceite por la cultura popular. Aquel éxito comercial de los arcades dio pie a los sistemas domésticos, a los juegos en casa, las consolas modernas. Al videojuego moderno. Sus personajes han acabado traspasando la barrera de lo digital para implantarse en nuestra vidas, inspirando todo tipo de creaciones artísticas en otros medios. Literatura, música, cine, cómic… las mil y una manifestaciones de la pintura: ilustraciones, grafitis… Los videojuegos se han convertido en otro pivote, otro eje cultural sin el que es imposible explicar ya el zeitgeist de varias generaciones.

Es fácil mirar un antiguo arcade y desdeñarlo. Su mueble de madera contrachapada, sus primitivas placas verdes llenas de integrados negros alineados como batallones de cucarachas, sus pantallas de tubo con el bobinado visible, el polvo ya casi fundido con el cobre entre vuelta y vuelta, aquella ranura para monedas —¡monedas!— y un concepto tan físico del software que es inseparable del hardware que lo ejecuta. Es fácil, como digo, desdeñarlos. Pero al hacerlo, nos olvidaríamos de algo muy importante: el legado de aquellos humildes aparatos es una pieza fundamental para entender nuestra cultura moderna. Aquellos trastos semiartesanales cambiaron nuestra vida.

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Una respuesta a “Lo relevante de los arcades”

  1. Fernando Conde Daniel dice:

    Bravo amigo, opino igual que vos, es una pena que no podamos volver a sentir lo que sentíamos en esa época cada vez que entrábamos a una sala nueva y descubríamos las maravillas que nos esperaban en cada máquina. Los arcades nos cambiaron la vida sin duda