Rómpanme el ritmo

Dynamite Headdy

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14 diciembre, 2016

El presente artículo (debidamente revisado) fue publicado originalmente el 6 de mayo de 2015 en GameReport #9

Recuerdo un tiempo en que los juegos de plataformas se comían el sector. Época de ocho y dieciséis bits, la fórmula Mario y todos sus sucedáneos dominan con mano de hierro un mercado ávido de consumo voraz y diversión directa. Los catálogos se llenan de títulos imaginativos y tremendamente adictivos, pero —inevitablemente— pronto llega el reciclaje y la desidia. Los desarrolladores vislumbran en el género las bonanzas del mínimo esfuerzo, la parca inversión y el éxito moderado, dando a luz a una caterva de juegos donde movernos de izquierda a derecha salvando obstáculos y aterrizando sobre las cabezas de nuestros maltrechos opositores es ley de vida.

Sin embargo, no sería justo recordar esos años del género en base a esta ralea de títulos mediocres y exigüas ambiciones. Hablamos de una de las épocas donde también hubo grandísimos juegos de plataformas. Y siempre he pensado que todos aquellos que fueron grandes, lo fueron porque buscaron siempre diferenciarse. Uno de estos grandísimos títulos —probablemente uno de los mayores— fue ‘Dynamite Headdy’. El título de la sagrada Treasure es uno de esos juegos que nos entran por los ojos, ya desde el principio. Con una estética colorista y desenfadada, pone en pantalla un mundo tan original como caótico, tan bohemio como absurdo; pero donde de verdad se diferencia de los demás es en su maestría manejando el ritmo del juego, sencillamente porque lo rompe allá donde quiere hasta dar la impresión de que carece de él.

Dynamite Headdy Boss

Transgresor hasta la médula, ‘Dynamite Headdy’ no sigue el mismo patrón que todas aquellas interpretaciones del género de las que hablamos. Ni de las buenas, ni de las malas. Se trata de un título que no apuesta por un personaje con una serie de habilidades que el diseño de niveles nos obligará a aprender. Tampoco nos sorprenderá con la adquisición de una habilidad nueva pasado el ecuador de su desarrollo, revolucionando así la jugabilidad. Ni siquiera nos enfrentará a una curva de dificultad progresiva y cabrona. ‘Dynamite Headdy’ quiere la atención del jugador. La reclama con todas sus fuerzas. Hasta la loca cabeza de Headdy parece indicárnoslo con su nervioso bamboleo, y Treasure sabe que la mejor manera de ganarse la atención del jugador —porque en un género como éste, en una época como aquélla, era necesario ganársela a fondo— es sorprendiéndole en cada momento. ‘Dynamite Headdy’ quiere que te agarres al mando muy fuerte y que no te atrevas a soltarlo en ningún momento, por temor a que alguna disparatada situación ponga a nuestra querida marioneta en apuros.

Empezamos ‘Dynamite Headdy’ con una loca carrera y una lucha contra un jefe, al tiempo que debemos salvar al resto de marionetas que huyen despavoridas del malvado robot que las está raptando. Se trata de un mero tutorial en el que —entre carteles de “Headdy the Superstar” y “Good job, Treasure”— aprendemos que nuestro títere es capaz de lanzar su disparatada cabeza en las ocho direcciones que permite la añeja cruceta de Mega Drive. Tras tan disparatado aprendizaje, el malvado gato Trouble Bruin, celoso rival del exitoso Headdy, hará lo posible por pararnos los pies en un enfrentamiento con bolas de energía incluidas. ¿En serio? ¡Que esto pare de una vez! Dicho y hecho. El segundo nivel es una oda a la parsimonia. Aunque es cierto que tendremos algunos retos opcionales que nos aportarán algo de pimienta, el desarrollo del nivel es pausado y tranquilo, y nos servirá para terminar de hacernos con los controles y las mecáni… ehm, no. No tardaremos en descubrir que en cada fase hay por lo menos un par de locuras que rompen el ritmo habitual, si es que hay algo habitual en el título. Dar vueltas de campana apresado por una cola mecánica que surge de una cabeza de gato, aguantar en equilibrio mientras el escenario entero se vuelca hacia el jugador —en un falso efecto tridimensional encomiable—, abrirse paso a cabezazos entre pesados engranajes metálicos, enfrentarse a una fase entera como si se tratara de un juego de navecitas o simplemente jugar a invertir el escenario a nuestra conveniencia. ‘Dynamite Headdy’, sencillamente, no tiene ritmo y es por ello que el jugador lo disfruta con una eterna sonrisa dibujada en su iluminado rostro.

dynamite-headdy-04

Dicen que jugar es descubrir y no me cabe la menor duda de que dicha afirmación es una de las mayores verdades que uno se pueda tirar a la cara, como también estoy convencido de que la razón de que ‘Dynamite Headdy’ sea un título tan especial es porque no se le ve venir. Cada fase superada es una victoria que implica haber entendido las eternamente cambiantes reglas y haberse sabido adaptar a ellas. Es la raíz misma del propio concepto de juego, sobresaltándonos a cada momento y manteniendo fresca una propuesta que sólo así logra destacar entre todos aquellos títulos de exigencia ascendente y final boss predecible. De la misma manera, también descubrir es jugar y es por ello que ‘Dynamite Headdy’ es un juego tan divertido; porque nunca sabemos qué pasará tras derrotar a ese imaginativo jefe o llegar al final de tan disparatado escenario. Seguimos jugando para descubrirlo, porque este título no va sólo de habilidad y reflejos, sino que mantiene al jugador en un embelesante estado de sorpresa y aprendizaje continuo que me exhorta a reclamar con fuerza: señores, ¡rómpanme el ritmo!

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¡Nos hemos mudado!

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