Track 07

Aitor Velasco

Los hermanos Moldenhauer tenían claras sus intenciones. Homenajear y traer de vuelta dos estilos: los run and gun y las películas de animación de los años treinta. Su intención ha resultado en una fusión muy interesante en todos sus ámbitos pero una de sus virtudes ha sido la de enfrentarnos a jefes a ritmo de música de big band.

Saxofones, trompetas, contrabajos, pianos… Muchos instrumentos son necesarios para conseguir el espíritu de las big band, y en Studio MDHR no han querido dejar ni un cabo suelto. Disparar, esquivar y aprender patrones resulta increíblemente más adictivo cuando nos anima un buen tema: con tan sólo un par de niveles, nos sentiremos totalmente inmersos y estaremos tarareando la canción mientras intentamos darle el último disparo al boss que aún se nos resiste, o incluso nos dejaremos matar sólo por querer volver a disfrutar esa canción. ‘Floral Fury’ es una canción de uno de los primeros bosses del juego, pero que capta bien la esencia de todo lo que quiere y logra hacer ‘Cuphead’.

Victoria Belver

Quizá hay juegos donde la música puede permitirse ocupar un papel secundario, casi testimonial. Al apagar la consola, si alguien te apuntara con una pistola y te pidiera que tararearas un sólo tema, no serías capaz de hacerlo. Con ‘Redout’ ocurre justo al revés, supongo que como en todos los juegos de velocidad: unos primeros compases que engañan, igual que el propio ritmo de la carrera. Una línea recta que se convierte en una curva, reengancha con otra. Las luces que señalan las direcciones ocupan toda tu atención. Lo que consigue ‘Redout’ es meterte en un trance: con su jugabilidad, con la velocidad endiablada de la que sin duda puede presumir, pero sobre todo por su música. Un efecto hipnótico, bestial, que con su magnetismo es capaz de atraer hasta al más escéptico, gracias a un diseño de niveles espectacular y una banda sonora que penetrará en tu cerebro, quieras o no. La música marcará el ritmo frenético, casi demencial, de las carreras. Y me encanta.

Luis García

Adoro ‘Mafia III’ igual que adoro las grandes obras del cine de gánsteres surgidas a lo largo de la historia. De ellas bebe muchísimo la narrativa de la saga nacida bajo la creatividad de los checos Illusion Softworks, absorbidos tras su éxito por el estudio americano Hangar 13 y publicados por 2K. ‘Mafia III’ se sitúa en los años sesenta y muestra el despertar de una sociedad americana que, con el inicio de la guerra de Vietnam, adquirió suficiente fuerza como para romper cadenas en torno a la sexualidad, el feminismo, el consumo de estupefacientes, la formas tradicionales de autoridad y la percepción del sueño americano desde diferentes puntos de vista.

Como no podía ser de otra forma, la música adquirió esa fuerza que emanaba del pueblo y buena muestra de ello es la magnífica banda sonora del juego, que selecciona de forma magistral 101 himnos reales representativos de aquellos años. Para esta ocasión y valiéndome de mi gusto personal, me quedo entre todos ellos con el ‘You Keep Me Hangin’ On’ de The Supremes. La voz de Diana Ross flota sobre los instrumentos de The Funk Brothers, de los que nacen sonidos y ritmos capaces de levantar de la silla al más sieso. La letra cuenta como Diana ruega a su expareja que la libere del sentimiento tan fuerte que le tiene saliendo de su vida. El resultado de la producción del sello Motown es un tema arrollador tanto en ritmo como en la fuerza que desprende y que se infiltra en las células de nuestro cuerpo a través de nuestros oídos. Una maravilla que fue número uno en su día, considerada por muchos como uno de los mejores temas de la historia y buena representación del nivel de ‘Mafia III’.

Fernando Porta

Ser un roguelike nunca ha sido fácil. Reglas estrictas, género nacido cuando el videojuego casi empezaba a andar. Darle una vuelta parece un reto complicado. Pero a la imaginación no se le resiste nada. Desde ese hub que nos da la bienvenida a la cripta, nos vamos empapando del ritmo. Pum, pum, pum. Sin querer, los dedos empiezan a aporrear las teclas de dirección al compás. Ya tenemos la mecánica básica: desplazarse. Es intuitivo porque ¿quién no ha estado golpeando la mesa distraidamente con un dedo mientras miraba al infinito? Bajamos por las escaleras, por un mundo 1-1 que nos da la bienvenida en una arrítmica introducción. Y de repente, entra el bajo, la melodía nos deja un saliente donde agarrarse y volvemos a recuperar las sensaciones del principio. El rutinario golpeteo que nos va metiendo en una discoteca gigante de espadas, monstruos y quién sabe si algo más. No entendemos nada pero está claro que todo baila al ritmo de Danny Baranowsky, esperando ese subidón que augure la salida de una mazmorra que nos va a robar el sentido y meternos en su trance. Lo advertimos: olvídense de abandonar esta cripta. Aquí hemos venido a bailar.

¡Nos hemos mudado!

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