por Elena Flores
26 abril, 2018
Empecemos por el principio: la idea de esta sección es, simplemente, sentarme un rato en un bar con una Coca-Cola delante (odiadme: no me gusta la cerveza) y comentaros, de tú a tú, qué me está pareciendo lo último que estoy jugando. Así, entre colegas, con ese puntito de bilis inicial que tanto me caracteriza y que tantos «Nao, eres una hater» me han costado.
Lo cierto es que tengo un problema: juego poco a muchas cosas y compro más de lo que puedo consumir. Qué le vamos a hacer, ya lo dije en uno de mis anteriores textos; supongo que es una manera de sentirme parte de la industria. Volvería a hacerlo, señor juez. Todas las veces. No me arrepiento de nada.
Iba a inaugurar esta sección hablando de ‘Darkest Dungeon’ en su versión para Switch cuando me sorprendí haciéndome una pregunta: ¿Por qué yo, con un sobremesa montado específicamente para gaming y centenares de títulos pendientes, me he gastado treinta y pico pavos en una versión física de un juego que lleva años a precio de café de Starbucks en Steam?
Fui una de aquellas personas que pilló la PSVita de salida (he de decir en mi defensa que lo hice en un día sin IVA). Inmediatamente me enamoré de la propuesta portátil, de su pantalla y de su versatilidad, y conforme pasaba el tiempo y su store se inundaba de indies no inéditos, mi relación amor-odio con Sony aumentaba por querer colarme juegos de un euro a diez veces más mientras las ganas de pillar una hipotética portátil de Steam compatible con todos mis tiers de Humble Bundle eran cada vez más intensas. Habría pagado lo que fuese para que no me colasen cosas a un precio mayor de lo que valían.
Y heme aquí, varios años después, con la portátil de Nintendo entre las manos, devorando juegos resobados, más caros, e incluso recortados. ¿Cuál es la diferencia? Probablemente esperabais una maravillosa disertación en forma de análisis de mercado y de valores de empresa condensados en una frase contundente y prácticamente irrefutable. La realidad es que soy una nintendera de mierda no lo sé. En serio, no lo sé. Es como una especie de virus, porque veo que a más gente le pasa. Te metes en Reddit y anda todo el mundo como loco pendiente de las actualizaciones de la eShop. Mi timeline de Twitter está lleno de capturitas de la home de las consolas con el último indie lanzado en la plataforma, o de celebraciones de anuncios de ediciones físicas de los mismos a un precio obscenamente elevado en comparación con su versión digital.
A quién vamos a engañar: todos somos unos cochinos consumidores capitalistas, y tener un producto de éxito en las manos es algo sexy. Nos hace sentir bien. Y es innegable, al margen de gustos personales, que esta vez Nintendo ha pulsado la tecla que debía pulsar. Independientemente de que te guste o no lo que salga, de que reciba refritos tarde, de que en la eShop todo sea muy caro, la Switch vende, y lo hace muy bien. Dicen eso de que no sólo hay que ser honrado, sino parecerlo, y ahora mismo la compañía nipona ha conseguido estructurar una suerte de paraguas indie bajo el que muchos desarrolladores están eligiendo resguardarse y, con ello, reforzando la sensación de que la portátil está más viva y más fuerte que nunca.
Quizá sea por eso que siento que no estoy tirando el dinero pagando más por algo que vale menos, sino realizando una inversión. Mi consola siempre va en la mochila: la saco en el metro, juego durante los cuarenta minutos de trayecto al trabajo, tanto de ida como de vuelta, y cuando llego a casa, la pincho en el dock y sigo en la tele. Y pienso «qué maravilla, Nintendo ha vuelto a hacerlo. Esto es el futuro». Entonces, se me olvida que el ‘Darkest Dungeon’ me ha costado treinta y cinco euros en vez de cinco, y que si mañana me roban la consola en el metro, o se me pierde, mi maravillosa inversión se va a la mierda.
¡Nos hemos mudado!
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