Chupitos de Super Mario Odyssey

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8 noviembre, 2017

No me lo digas. Estás jugando al Mario ese. ¿He acertado? Claro que he acertado. ¿Qué? Claro que no es la primera vez que veo a alguien sacar una Switch y ponerla en la barra. A ver si te piensas que todos los bares son el Bar Coyote. Toma, tu jarrica. El tema es que desde hace unos días parece que no hay otro juego. El maldito fontanero está en todos lados. Hasta mi hija va como loca. El otro día, sin venir a cuento, vino corriendo desde el pasillo y me tiró una gorra roja en toda la cara. Yo, que estaba intentando echar una siesta antes de volver aquí, pegué un salto que aparecí atravesando el suelo del vecino de arriba. Ya ves. Niños. Total, que pensando que aquí podría descansar de gorras con ojos y lunas… ¿Y no va y aparecen por aquí los chicos de GameReport? Me lo tenía que haber visto venir, también es verdad. Y adivina. Sí, claro. ¡El maldito fontanero! Menuda zaragata llevaban. Que si «me ha volado la cabeza», que si «menudo GOTY», luego de repente uno de ellos que debe ser nuevo porque no ha venido tantas veces se puso a hablar de bragas usadas… me dan la vida, así te lo digo, pero yo no sé cómo se entienden entre ellos. ¡Hasta Elena, una de las chicas del grupo, vino a pedir con un bigote postizo! La tía no paraba de hacer gestos con las manos como si fuese italiana mientras me enseñaba unas fotos de su último Coldplay ¿Cómo? Ah, ¡cosplay! Ya me sonaba raro que se llamase a eso como el grupo favorito de mi chiquilla. Total, que me voy del tema. Los chupitos. Como puedes imaginar los chupitos de tinta de esta semana han salido estupendos. Alegres, rojos y saltarines. Los ojitos y el bigotito de los vasos los ha hecho mi niña. ¿Te gustan? Espera que les meto un golpe de nitrógeno líquido. ¿Qué pasa? Soy un barman de la vieja escuela pero me adapto. Ahí van. Venga, dale. Uno detrás de otro, como niveles de un Super Mario. ¡Salud!

Maryo2

Alejandro Patiño

‘Super Mario Bros. 3’ siempre fue mi juego de ‘Mario’ favorito. Todavía recuerdo con cariño el anuncio de televisión con toda esa gente aclamando al exfontanero que ya era, por méritos propios, el ídolo de toda una generación. No volví a disfrutar tanto de un videojuego de Mario, lo cual es especialmente curioso teniendo en cuenta que nunca tuve mi propio cartucho del juego, y siempre andaba pidiéndolo prestado a amigos o alquilándolo en videoclubs. Lo cierto es que soy bastante inexperto en los ‘Mario’ en 3D; no me gustó nada ‘Super Mario 64’ —matadme hoy, no lo dejéis para mañana— y mi siguiente aproximación a un ‘Mario’ sería ese ‘Super Mario 3D World’ que todo el mundo parece haber olvidado de repente, pero que jugando con mis hijos, me hizo volver a disfrutar de las aventuras del bigotudo. Pero ‘Super Mario Odyssey’ es algo que yo jamás había experimentado. No al menos con tanta vehemencia. Porque si hay algo que destila este videojuego, nada más ejecutar la aplicación en al consola, es insistencia y fuerza. ‘Odyssey’ quiere agradarte, quiere convencerte, y eso es algo que se nota nada más empezar, cuando nos presentan a Cappy y nos damos cuenta de que ya queremos ser su amigo. Ahí es donde, a diferencia de ‘Super Mario 64’, ‘Odyssey’ sabe enganchar al jugador mejor que ningún otro juego de Mario en 3D. Nada de castillos repletos de puertas ni ciudades de vacaciones Marina d’Or style, sólo ese gancho tan potente que motiva el 102% de las decisiones tomadas por un niño de cinco años: la curiosidad, en este caso tanto por el papel de Cappy —jugable e incluso argumentalmente— como por recorrer un buen puñado de mundos diferentes que debemos de verdad descubrir, sin saber nada de ellos, sin narrativa intrusiva e innecesaria ni recursos manidos de puertas que se abren con estrellas. Sin tener absolutamente nada que ver, ‘Super Mario Odyssey’ me ha recordado a mi ‘Mario’ favorito, aquel ya tan lejano ‘Super Mario Bros. 3’ que era un juego de plataformas puro y duro, pero que lograba despertar curiosidad desde el primer momento, y que te daba ganas de ponerte a gritar «¡Mario, Mario!» como en aquel viejo anuncio, aclamando a un héroe que, esperemos que también esta vez, logre convencer a muchos de aquello de «¡Ven al mogollón, ven a la Nintendo!». Super_Mario_Odyssey_Artwork

Fran Sevilla

Tras la travesía por el desierto que fueron los ‘Galaxy’, Mario/Uncharted, odas al espectáculo para el fast food y consumo rápido, ‘Odyssey’ supone un feliz retorno al territorio de la creatividad y experimentación del sandbox. Pero los ‘Galaxy’, aparte de dosis desmedidas de espectáculo con Mario como Bruce Willis saltando de un edificio en llamas disparando dos ametralladoras, también fueron una válvula de escape para que la nueva ola de desarrolladores jóvenes en Nintendo pudiesen expresar su voz, pudiesen sacar adelante todos esos prototipos de nuevos juegos e IP que quedaban siempre relegados en un cajón, introduciendo esas ideas en forma de mecánicas y subniveles que divergían en un camino fijo trazado entre explosiones y aeropuertos secuestrados. Esa idea del videojuego como resorte contenedor de otros videojuegos también está en ‘Odyssey’, y surcar el Reino de las Arenas en un crossover imposible entre ‘F-Zero’ y ‘Gran Theft Auto’, saltando a lomos de un Jaxi desde un abismo y estampándonos contra una pobre oveja descarriada que sale disparada por los aires, da una idea del grado de delirio y locura de esta nueva Nintendo, en el primer juego de Mario sin Satoru Iwata en los créditos como productor ejecutivo en la última década. Nace una nueva era, y ‘Odyssey’ es tan críptico y quiere joderte tanto la infancia como ‘Sunshine’. Pero al contrario que en ‘Sunshine’, esta vez a Nintendo no le importa mezclar un whisky de malta de quince años con mucha Coca-Cola para agradar al público. Y hay un puto loro dándote pistas sobre cómo encontrar algunas de las estrellas kolog más crípticas, y hay un montón de memes, y un modo foto que nos regala escenas de porno BDSM homosexual sublimes, más un montón de trajes ridículos, con un dinosaurio gigante al que podemos estampar un bigote. Porque ya sin el yugo de Miyamoto (pero también sin su perfeccionismo metódico), esta nueva Nintendo contemporánea entiende los gustos del público mejor que cualquiera de sus contemporáneos.

Maryo

Elena Flores

Lo primero que pasó por mi cabeza al empezar ‘Super Mario Odyssey’ fue el pensamiento recurrente que me asalta al jugar todas las medianas y grandes producciones en la Switch: «joder, qué maravilla». Lo inicié en el televisor de casa, unos diez minutos de juego, y me lo llevé al autobús. Tener algo así en la palma de las manos es una absoluta gozada. ‘Super Mario Sunshine’ es, probablemente, mi título de la saga preferido. No he querido ver nada de este Mario porque tenía las expectativas muy altas y esperaba grandes cosas de él como sucesor de Sunshine. Comparado con el resto de la gente, he avanzado poco. He completado el segundo mundo y aún ando explorando el tercero, y durante este primer par de horas mis sensaciones están bastante empapadas por la cautela. El diseño artístico y las virguerías que permite el control de Cappy son maravillosos, pero me da la sensación de que el plataformeo queda diluido de mala manera en una gestión de los espacios muy burda y poco planificada. Sé que la gracia no es completar un nivel per se, sino explorar y encontrar las lunas… quizá conforme vaya avanzando llegue al nivel de maravilla y asombro que parece compartir todo el mundo. No dudo de que el juego sea tan brillante como parece, y como lo pintan.

Pedro J. Martínez

gafas

‘Super Mario Odyssey’ no es un juego de plataformas, sino casi un lifestyle simulator. No es un ‘Mario’ de ir pasándoselo, de liquidar niveles, de ganar, sino un ‘Mario’ para quedarse a vivir en él. En lugar de carreras de obstáculos, ‘Odyssey’ te propone que te subas al punto más alto y te quedes un rato observando qué zonas te quedan por explorar. En lugar de ir a por Bowser, te insta a que juegues a crear torres infinitas de goombas, hagas derrapes de 360º con el Jaxi o dejes al héroe de tu infancia en canzolcillos en plena tormenta de nieve, le saques una foto con filtro de colores saturados y la subas en Twitter bajo el título «aquí, sufriendo». ‘Odyssey’ tiene lo que le faltaba a ‘Super Mario 64’ y quita lo que le sobraba a ‘Sunshine’. Viene a ser el mesías salvador de los ‘Mario’ aventureros, que llevaban en el dique seco desde los tiempos de GameCube, los que tanto tiempo deseé ver renacer con renovado fulgor. ‘Odyssey’ es el viejo Campo de los Bob-ombs, el primer nivel de ‘Super Mario 64’, estirado hasta el infinito y con los juguetes puestos al día, del siglo XXI. Antes dábamos puñetazos y bailábamos break dance, eran los 90. Ahora poseemos enemigos con la gorra, como si lo de «Odyssey» fuera un guiño a ‘Abe’s Oddysee’. Y trackeamos nuestros avances en menús detallados, con sistemas de pistas con varias profundidades y con instrucciones en pantalla para cada nuevo movimiento. Y, sobre todo, el primer ‘Mario’ social, entendido no tanto como la posiblidad de meter cuatro avatares a la vez en pantalla sino como la capacidad de adaptarse a la forma en la que se comunica hoy la comunidad de jugadores. Los foros arden y yo quiero quemarme con ellos. Llevo dos días buscando la energiluna número 13 del Reino Ribereño y la verdad es que me da igual tirarme así una semana. Hace tiempo que me quité los zapatos: yo me quedo a vivir aquí.

Aitor Velasco

Desde el primer tráiler de ‘Super Mario Odyssey’ me hice muchas ilusiones y, tras probarlo, ha cumplido muy gratamente mis expectativas. Tras un tiempo explorando otros derroteros, Mario vuelve a los mundos abiertos, a la exploración, a tenernos horas ensimismados buscando las últimas lunas que nos quedan en el nivel, pero hay una cosa que lo cambia todo: nuestro compañero en forma de gorra, que nos ayuda con algunos saltos complejos y nos permite poseer a determinados objetos y enemigos. Toda la travesía a través del juego nos ofrece una especie de vacaciones virtuales, ya sean mundos playeros con caracoles parlantes o una ciudad llena de personas trajeadas en las que podemos coger una moto y adelantar taxis como si de un ‘GTA’ se tratase, pero todos tienen una cosa en común: nos van a obligar a investigar hasta el último hueco para buscar sus lunas. Lo siento por la tardanza princesa Peach, pero Bowser ha escogido unos lugares maravillosos. Seguro que lo tenía todo pensado para que no llegásemos a esa dichosa boda…

Bowser

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