Oniken: El Espadón de la Estrella del Norte

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31 enero, 2019

Cuando uno está invadido por el desánimo, agobiado por las fechas de entrega del siguiente monográfico, y aterrorizado por el futuro sombrío que le espera a él y al mundo, a veces el pasado es el mejor refugio. Pero yo, que me encuentro en tan poco envidiable situación, no he elegido el pasado como fue, sino como lo han reimaginado en la modernidad los brasileños JoyMasher, que parecen empeñados en hacer juegos a la usanza del Nintendo Entertainment System pero con las lecciones de jugabilidad aprendidas desde entonces. Lo que me ha picado en estas semanas de angustia y correr cual pollo sin cabeza es su opera prima, un run & slash (o sea, run & gun pegando espadazos) llamado ‘Oniken’, el cual parece destilado de las cosas que me encantaban en la adolescencia.

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Ya desde la intro me tienen ganado: chiptune sombrío, llamas con fondo de edificios devastados, y texto hablando de guerra nuclear y supervivientes oprimidos por una fuerza militar maligna. La única oposición, continúa la intro, la conforma la Resistencia, tan corta de medios y fuerzas respecto a sus malvados adversarios como cabría esperar. Y, en medio de esto, un tipo con físico de culturista, armadura metálica, espada afilada y mirada pétrea, que pisa calaveras robóticas con el donaire de un T-800 y que está a punto de cambiar el equilibrio del conflicto. Sí, estamos en una versión de marca blanca de ‘El Puño de la Estrella del Norte’ salpimentada con elementos argumentales y estéticos de otros animes ochenteros, y no podría ser más feliz.

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Entrando en harina con un toque al start, ‘Oniken’ nos mete en un mundo de acción plataformera punteada por cinemáticas prolijas en diálogo, a la manera de ‘Ninja Gaiden’ o ‘VICE: Project Doom’ –dos de las principales inspiraciones de JoyMasher para crear este juego– en la que debemos maniobrar a nuestro espadachín entre plataformas y los (no muy abundantes, a decir verdad) enemigos. Algunas fases nos suben a lomos de una moto voladora, teniendo que combatir tanto a soldados de Oniken como a los obstáculos del camino y al implacable scroll automático. Aquí y allá, jefes y minijefes que ponen las cosas un poco más complicadas, incluyendo clásicos como robots gigantes, espadachines rivales, y el gran señor del Mal que adopta dos formas distintas antes de caer.

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Todo ello tiene un sabor clasicote, pero más indulgente que los clásicos a los que busca emular: cada nivel lo comenzamos con tres vidas –más una oculta en muros destruibles, reconocibles por su aspecto resquebrajado–, cada subnivel repone al máximo nuestra vida, y cada nueva partida podemos comenzarla desde el último nivel alcanzado. ¿Concesión a una masa jugona que ya no tiene el callo, o la paciencia, para jugar del tirón desde el principio? Tal vez, pero no se trata de algo malo. Total, si somos capaces de terminar el juego de este modo, podemos jugar un modo hardcore que quita esas vallas de seguridad.

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Pero, hasta con esas concesiones, la dificultad de ‘Oniken’ es de la vieja escuela: dura, y sin misericordia. El primer nivel comienza suave, pero JoyMasher va elevando la curva de desafío pantalla a pantalla: los enemigos aumentan en número, los obstáculos se vuelven más elaborados, y los jefes… ¿De verdad os tengo que decir lo que hacen los jefes?

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Claro, a veces uno no tiene otra que cabrearse con el juego, y maldecir barrocamente a sus creadores, porque un salto pide un poquito más de precisión de lo que hemos sido capaces, o porque no le hemos pillado del todo bien el patrón a un adversario y nos mata; pero, en general (y aunque me duela decirlo), esa clase de problemas tienen que ver más con la torpeza propia que con un mal afinado de controles. ‘Oniken’ es duro pero justo, como deberían ser los juegos de este estilo; quizá, de hecho, más justo que sus inspiradores.

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