Explora, devora y evoluciona

Maneater

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16 junio, 2020

¡Ah! El cine de tiburones… Esa rama del cine de terror con estrenos estivales, música para poner nervioso al personal, agua teñida de rojo y dentelladas que producen desmembramientos por doquier. Si Steven Spielberg fue el culpable de que miles de niños y no tan niños entraran en las playas de todo el mundo con un ojo puesto en el horizonte y la terrible pregunta de “¿quién sabe qué habra debajo de mí?”, el género no tardaría en diversificarse hacia derroteros más livianos e incluso, en cierto modo, pseudo-humorísticos, por no hablar de la vena friki a menudo tan presente en este tipo de producciones. Pero… ¿y los videojuegos? A pesar de haber algunos representantes del medio que lograron meternos en la piel de algún siempre hambriento escualo, no habíamos visto una propuesta tan seria —y al mismo tiempo tan disparatada— como ésta que hoy nos ocupa.

El tiburón lamia

La primera inquietud que uno tiene al ponerse delante de un juego sobre tiburones es cómo estará representado el océano; el gran azul es uno de los mayores misterios de la humanidad. Si la obra de Ed Annunziata ya nos regaló unos mares repletos de riqueza y exóticos pobladores, esta propuesta de Tripwire Interactive quiere ir más allá. Es por ello que el tiburón elegido es un lamia; una de las especies de tiburón más feroces, que destaca por su increíble voracidad —son capaces de comerse absolutamente todo, y es la especie con mayor cantidad de ataques a humanos registrados— y sobre todo por ser capaz de moverse en agua dulce durante largos períodos de tiempo. Puede que encarnar al gran blanco fuera más espectacular, pero la elección del lamia —también conocido como tiburón toro— permite mayores licencias y variedad en el desarrollo.

Explora

Empezaremos nuestras andanzas en el pantano, donde un viejo pescador de tiburones con sed de venganza nos marcará de por vida, y pronto tendremos que empezar a hacer aquello que mejor sabe hacer un tiburón lamia: buscarse la vida. A menudo nacidos en las zonas pantanosas —donde las crías pueden acceder con mayor facilidad a presas de su tamaño— el lamia encontrará en su camino pequeños peces y enormes pero inofensivos siluros, poniendo la suficiente atención como para huir, por el momento, de las terribles fauces de los siempre oportunistas caimanes. Estos primeros compases con el juego sirven para habituarnos a sus intuitivos controles y a entender los entresijos de su jugabilidad que, por mucho que se haya querido publicitar como la de un RPG, no es sino la de un sandbox algo falto de variedad pero terriblemente divertido.

Básicamente, deberemos explorar las ocho zonas en las que se divide el mapeado nadando velozmente de un punto de interés a otro, encontrando coleccionables y llevando a cabo repetitivas misiones que nos granjeen la suficiente experiencia como para hacer evolucionar a nuestro tiburón. Puede sonar aburrido, pero nada más lejos de la realidad. Las diferentes zonas están elaboradas con muchísimo gusto, y atesoran la suficiente variedad de flora, fauna y mapeado como para hacer de nuestro nado una experiencia. Desde los estrechos canales del pantano hasta los muelles atestados de gente en el puerto, un Seaworld de marca blanca en el que —gracias a Dios— permiten escapar a sus orcas, zonas residenciales de mansiones con acceso directo a los canales al más puro estilo Miami y, por supuesto, soleadas playas repletas de bañistas a los que hincar el diente. Y, claro, alguna zona más de mar abierto que nos va a permitir encontrarnos con algunas de las criaturas más queridas y temidas del océano. Explorar cada una de estas zonas nos va a resultar de lo más sencillo gracias a la ampolla de Lorenzini que tienen todos los escualos, y que les convierte en una de las criaturas más sensibles a los campos eléctricos de toda la fauna. Reconvertida en este caso en una especie de sónar, nos va a permitir identificar todos los puntos de interés cercanos, tanto posibles presas como coleccionables.

Maneater: homenajes a Godzilla

Estos coleccionables se dividen básicamente en tres grandes grupos: por un lado tenemos las matrículas —un guiño a la capacidad de comérselo todo del tiburón lamia, pues no han sido pocas las placas encontradas dentro de sus estómagos—; por otro, los alijos de nutrientes, que vienen en forma de cofres repletos de comida humana que alguien dejó caer en el fondo marino; y finalmente, los marcadores de zona, seguramente el más inútil de los coleccionables, pero también uno de los más divertidos, pues el sentido del humor del que hacen gala nos arrancará más de una sonrisa.

Devora

Pero, al margen de la experiencia y nutrientes que podamos obtener en nuestras expediciones, lo que de verdad nos va a hacer crecer es algo tan inherente a los peces como comer. Ya sabéis: llenad la pecera de alimento, y los peces no dejarán de comer hasta reventar. Más aún si hablamos de una de las criaturas más voraces de la tierra. Nuestro tiburón lamia es una bestia capaz de engullir a un ritmo que asustaría al mismísimo Son Goku. Siluros, tortugas, meros, caimanes, caballas, focas, otros tiburones y hasta ballenas… Todo está en el menú de nuestro escualo, con mención especial para los grasientos humanos, siempre repletos de grasas saturadas y ricas proteínas. La parte más divertida del juego viene de una acción tan sibarita como comer. Pero también habrá que ser precavido, pues algunos habitantes del fondo marino están casi tan hambrientos como nosotros, y no dudarán en intentar convertirnos en sushi. El sistema de combate es simple e intuitivo, y funciona de maravilla. Por un lado, podemos lanzar dentelladas, pero nuestro tiburón también es capaz de azotar latigazos con su cola o realizar embestidas capaces de aturdir temporalmente a sus presas. Será importante saber cómo atacar a cada una de nuestras delicatessen, ya que se evidencia un amor y tremendo mimo por todas y cada una de estas criaturas. Por poner el ejemplo más claro: las focas son uno de los bocados favoritos de los tiburones, pero éstas cuentan con una mayor maniobrabilidad. Como sucedería en la vida real, atacarlas de frente o de lado suele acabar con un fallo por parte del escualo; pero, si has visto suficientes documentales, serás capaz de entender que atacarles por detrás y por debajo suele acabar con un rotundo éxito. Es cierto que el comportamiento de otras criaturas no está tan trabajado; por poner un ejemplo negativo, el tiburón martillo es el pez que más rápido es capaz de girar la cabeza —gracias precisamente a su forma de martillo— y, sin embargo, en este título gira con una lentitud propia de un cachalote. Pequeñas excepciones que no empañan un conjunto en el que se intuye un gran amor por las criaturas marinas por parte del equipo desarrollador.

Seguramente una de las primeras cosas que querrás hacer en ‘Maneater’ será acercarte a una playa y comer algunos humanos. Pues hay que ir con cuidado. Como si de la policía en ‘Grand Theft Auto’ se tratara, los guardacostas acechan, y si provocamos demasiadas bajas, una barra circular en la parte superior derecha se irá rellenando. En cierto momento, oportunistas pescadores y la guardia costera se te echarán encima y no te dejarán en paz hasta que logres darles esquinazo. Los combates contra estos barcos son retantes y divertidos, pues suelen utilizar arpones, bombas, e incluso envían equipos de buzos de élite en los niveles más altos. Si seguimos hundiendo barcos y comiendo humanos, la barra de infamia, eventualmente, subirá de nivel, y entonces uno de los cazarrecompensas legendarios saldrá de pesca. Estos cazarrecompensas utilizan embarcaciones especiales aún mejor preparadas, pero si somos capaces de comérnoslos, obtendremos alguna de las mejoras de equipo que nos permitirán evolucionar a nuestro escualo.

Evoluciona

Treinta niveles separan a nuestra cría de tiburón de su estado máximo de desarrollo. Un desarrollo dividido en diversas etapas —cachorro, adolescente, adulto, anciano y mega (de megalodón, entiendo)—, cada una con su rango de crecimiento y, por lo tanto, su capacidad para deglutir a presas cada vez más grandes de un solo bocado. Le evolución a través de los niveles se efectúa de manera natural al tiempo que vamos acabando con presas y obteniendo sus nutrientes, por lo que poco hay que mencionar sobre este apartado al margen de que es un sistema de niveles lineales típico de cualquier jrpg noventero. Obtienes suficiente experiencia, subes de nivel y tus parámetros de fuerza, velocidad y peso se incrementan.

También habrá que ser precavido, pues algunos habitantes del fondo marino están casi tan hambrientos como nosotros, y no dudarán en intentar convertirnos en sushi

Sin embargo, sí podemos mejorar algunas partes de nuestro tiburón, incluso obteniendo algunas mejoras «de equipo». Lo primero que podremos mejorar será nuestra ampolla de Lorenzini, pues al hacerlo se incrementará la distancia a la que podemos detectar puntos de interés y presas. Seguramente la habilidad más interesante del juego. Pero no la única. La capacidad para mantenerse más tiempo y moverse más rápido fuera del agua o bonificadores que nos permitan obtener más nutrientes. Sin embargo, lo más destacable serían los conjuntos de equipo, que además de brindarnos múltiples habilidades, tunean a nuestro tiburón en lo estético, permitiendo mostrar diferentes combinaciones a cada cual más monstruosa y, por qué no decirlo… también hortera.

Estas habilidades y conjuntos de equipo se pueden mejorar utilizando diferentes nutrientes, pero lo cierto es que el sistema se queda algo cojo, pues en una partida normal, a poco que te preocupes por conseguir gran parte de los coleccionables —que, por otro lado, son muy fáciles de conseguir— y vayas comiendo bocados de aquí y de allá, lo normal será haber completado todas las mejoras algo antes de terminar el título, por lo que se echa en falta algo más de profundidad y capacidad de personalización.

‘Maneater’ es ese título al que todos los enamorados del fondo marino teníamos ganas de hincar el diente. La primera vez que uno se pone delante del juego, teme que todo sea un festival de desenfreno y sentido del humor, pero al poco de empezar a jugar, uno se da cuenta de que el juego muestra, a pesar de todo su tono jocoso y despreocupado, un profundo amor por los fondos marinos y las criaturas que lo pueblan y que pese a las obligatorias licencias —como tiburones que se pasean por avenidas residenciales— se trata de una propuesta con un tremendo fondo y vocación didáctica. Puede que no sea uno de los títulos más despampanantes de ningún catálogo, pero su tono socarrón y gamberro, unido a la voluntad de mostrar el esplendor y belleza de los fondos marinos, es capaz de conquistar y enganchar durante las aproximadamente 10 horas de su propuesta. Si sois enamorados del mar, tenéis que haceros con este juego.

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