por GameReport
6 mayo, 2015
Primero el piano. El «la» de la quinta octava empezando por la izquierda. Le siguen el oboe y el violín concertino. Pronto se colorea la nota con un rubor de timbres y vibratos convolutivos. Llegan octavas por debajo, el acorde mayor y un puñado de dibujos en viento-metal que garabatean melodías en el aire, suspendidas, mientras caen fundidas como estelas de humo. El director pide atención, tocando el atril con su batuta. Esa es la magia de la música: cientos de personas pueden unirse sobre un tono, una comunión perfecta de voces absolutamente personales al servicio de un bien mayor: ejecutar la pieza maestra.
GameReport está compuesta por nada menos que ocho redactores, cada uno de su padre y de su madre. Podemos decir, además, que para esta miscelánea de textos contamos con más ilustradores que nunca: Mir Santos, Jaime García y los propios Miquel Rodríguez y Ezequiel Sona. Podrán imaginar entonces lo que tienen entre manos: 112 páginas que abrazan desde el último fenómeno online (‘Battlefield Hardline’) hasta las primeras piedras interactivas entre humano y software (‘Vocaloid’). Este noveno número es una panoja suelta de juegos olvidados por casi todos (‘Dynamite Headdy’) y glorias recordadas con fuerza y necesidad (‘Rhythm Paradise’). Y no podemos estarnos quietos, no podemos parar el ritmo: queremos seguir escribiendo, jugando, bailando. Esta es nuestra canción. Una que crece y crece.
Dicen que los videojuegos se juegan desde el sofá —o la silla de escritorio—, que un avatar de carne y hueso ha de transformarse, forzadamente, en un simple autómata que ejecuta las normas, conduciendo la experiencia por los raíles de la mecánica, las exigencias del guión. Y no. No nos lo creemos. El videojuego musical, más que nadie, ha sabido tomar la parte por el todo y exponer con palmario descaro que jugar es tocar y todo acto lúdico es también un movimiento orgánico, de nuestro núcleo accumbens a nuestras papilas gustativas, de nuestros globos oculares a nuestros pulgares prensiles. La música nace del movimiento, del pacto entre instrumento e intérprete. La composición final es imposible sin la conjunción de estos dos engranajes.
Ha pasado un año y no hemos sido capaces ni de celebrar la efeméride con rigor. Sólo nos preocupa mantener esta revista con el amor del primer día y vestirla con aquello que humildemente mejor sabemos hacer. De esta salimos como del after de turno: con los ojos vidriosos y dolor de pies. Así pues, como aquella nefasta traducción del clásico de Sydney Pollack, convertida ya en frase recurrente, sólo me queda deciros, ¡leed, leed, malditos!
+ Descarga Game Report #9: Surcando el ritmo: Danza de pulgares.
¡Nos hemos mudado!
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