por Fernando Conde
13 diciembre, 2018
Nadie tiene dudas, ¿verdad? El joystick es el controlador de videojuegos por excelencia. Siempre ha estado ahí, clavado en todos los muebles de los arcades. Hasta el nombre le viene dado por su función, la barra de la diversión —lo que, no hay que ser muy calenturiento, da lugar a una serie de juegos de palabras en su lengua original, el inglés—. Pues no. Nada de nada. El joystick, incluso con ese nombre, es muy anterior a los videojuegos, y de hecho tardó bastante en convertirse en su compañero inseparable. Ni siquiera acompañó a los primeros arcades en su singladura.
Lo primero, el origen, que aparentemente está en torno a principios del siglo XX y, como imaginaréis, muy alejado de los videojuegos. Parece que fue idea de un tal Arthur Edward George, aviador e inventor, que lo llamó, muy originalmente, “George Stick”. La primera mención al artilugio es de un piloto llamado Robert Lorraine, que lo menciona en su diario en 1909 y cuando lo hace, influenciado suponemos por su idioma natal —el francés— lo ha acortado al popular “joystick”.
Pero estos controles no tenían nada de electrónico: se limitaban a tirar, como titiriteros, de cables que accionaban las superficies de control de los aviones. El primero electrónico es alemán, se inventó en 1944 y no hay que ser historiador para suponer, por la nacionalidad y el año, que tenía un propósito bélico: lo usaban los pilotos de bombarderos para dirigir misiles y proyectiles guiados, por control remoto, contra sus objetivos.
Total, que siguen sin aparecer los videojuegos. Calma: el primer joystick de uso videolúdico lo inventa un viejo conocido, Raph H. Baer —ya sabéis, el creador de la primera consola— en 1967. Pero aun así, su propia consola, cuando ve la luz en 1972, no lleva uno, sino un controlador mucho más exótico —según nuestros estándares actuales— con un par de ruletas a los lados. Antes de que este mando aterrice en nuestras manos de jugadores empedernidos, los videojuegos recorren un largo camino: en 1958, ‘Tennis for Two’ utiliza también la opción de las ruletas; en 1962, la primera versión de ‘Spacewar!’ hace uso de cinco interruptores —sí, era tan incómodo como suena—, que se convirtieron en sencillos botones en la recreativa del mismo nombre que lanzó Nolan Bushnell en el 71.
Pero ya estamos ahí. Es incluso antes de la versión comercial de ‘Spacewar!’, en concreto en 1969, cuando Sega lanza la que podemos denominar la primera máquina recreativa con un joystick: ‘Missile’. No estamos hablando, en realidad, de un arcade propiamente dicho, sino de un juego electromecánico: no tiene pantalla electrónica ni procesador alguno, y los objetivos móviles se veían en una pantalla de proyección gracias a una tira de filme clásica. Pero lo interesante son los controles: dos botones para movernos y una palanca de dos direcciones para dirigir y disparar los misiles. ¿Y el primer videojuego de verdad que haga uso del controlador por antonomasia? Pues hay que esperar otros cuatro años, hasta 1973, año en el que Taito lanza ‘Astro Race’, un juego de carreras espaciales que, por fin, lleva un joystick de ¡cuatro direcciones!
No vayamos a creer que el joystick se convirtió de la noche a la mañana en el controlador estándar del sector: hizo falta un año más para que la propia Taito lanzase otro juego con esta tecnología, el famoso ‘Gun Fight’ —conocido en Japón como ‘Western Gun’—. Eso sí, en Taito está claro que le habían cogido el gusto a la palanquita, porque el juego tenía dos de estos mandos a falta de uno, y además eran de ocho direcciones, siendo asimismo el primer dual stick shooter de la historia.
En el mercado doméstico, se tardaría incluso más, aunque la espera merecería la pena: en 1977, Atari lanza su VCS acompañada por el que sería el diseño más icónico del famoso mando, y ya nada sería igual.
Así que hace nada menos que casi cincuenta años desde que alguien pudo usar un joystick para jugar en una máquina recreativa. En este tiempo, el mando de control por excelencia se ha convertido en imprescindible e inseparable de los videojuegos, al que se le pueden hacer lecturas de todo tipo, desde cultural —la que nos permite distinguir una máquina americana, con una palanca de bate, de una máquina japonesa con su equivalente de bola— hasta ergonómico —rozando el fanatismo fanboy— discutiendo la mejor distribución de los mismos en un mando de consola.
Hoy en día, los joysticks son algo tan normal que nadie los mira dos veces, y se han convertido en iconos —y objetos iconizables— universalmente reconocibles, pero no hace tanto que eran algo exótico y novedoso. Creo que se merecían este pequeño homenaje.
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