por Jonathan Prat
12 noviembre, 2018
Paletos de mierda. Tres días cabalgando sin cesar y, para un rato que puedo descansar, no me queda más remedio que hacerlo en este antro de mala muerte repleto de malnacidos que es Casa Madrugada. El pestazo a tequila, tabaco de mascar, decadencia, perversión y vicio espanta hasta a las autoridades más corruptas del General Allende. Será mejor que salga al patio, monte en mi caballo y me largue de aquí lo antes posible para reunirme con Reyes, es hora de acabar con De Santa de una puta vez, que ya he perdido suficiente tiempo. Pero… ¿y ese ruido? Hay alguien discutiendo en el patio trasero. Algún borracho. Ignóralo. Aunque creo escuchar a una mujer gritando. Mierda. Será mejor que eche un ojo. Como me temía, un desgraciado maltratando a una de las prostitutas del burdel. Típico.
JOHN MARSTON
¡Eh, tú! ¡Sabandija asquerosa! Déjala en paz o desayunas plomo.
PALETO
No te metas donde no te llaman, pinche gringo. Nadie me dice cómo tengo que tratar a mi ganado. Si la quieres, es tuya. Por doscientos dólares, claro…
JOHN MARSTON
Estoy harto de gentuza como tú.
Estoy harto de gentuza como él. De hacer malabarismos sobre la navaja en este “Nuevo Mundo”. Se acabó. Un tiro de mi Henry de repetición es suficiente. Sus sesos se esparcen como a cámara lenta por el aire, cae al suelo, un ruido seco. Eva huye asustada pero libre, y yo sonrío levemente por esta pequeña victoria en una tierra de derrotas y… ¿Qué? ¿qué cojones es ese cartel flotando en el cielo? ¿Misión fallida? No, no pienso volver más adelante para rehacer la misión «Eva en peligro», ¿qué me estás contando? ¿Eso significa que este indeseable va a resucitar? ¿Y que tengo que pagarle por la vida de una mujer, sí o sí?
Y como si de una patada de ‘Inception’ se tratase, la simulación se rompió. El oasis desapareció ante mis ojos, y el gato negro cruzó dos veces por delante de mí. Y entonces caí en la cuenta: me habían estado engañando. Esa historia no era mía, sino de Rockstar. Todo este tiempo, los días y días cabalgando por las llanuras y montañas, ayudando a los vecinos de cada población, jugando a los dados o al póker… todo aquello no me pertenecía. Sí, ando jugando el primer ‘Red Dead Redemption’, intentando adelgazar esa bestia que es el backlog empezando por los que se consideran imprescindibles. Y me está encantando, qué duda cabe. Pero ayer, hablando con un amigo que está dándole a ‘Red Dead Redemption II’, me contaba exactamente la misma experiencia que viví yo en la región de Diez Coronas (y días más tarde de escribir esto descubriría que incluso Mark Brown comentaría lo mismo). En su caso, el asalto a una zona infestada de enemigos. Intentó hacerlo flanqueando para obtener ventaja, pero el videojuego se empeñaba en negarle el libre albedrío. Misión fallida tras misión fallida, al final Arthur Morgan entraría en aquel asentamiento a pecho descubierto y arma desenfundada por la puerta principal como salido del mejor spaguetti western. Tras el tiroteo, el humo de los revólveres deja un olor a viejo conocido. ¿Éste es el Nuevo Mundo del open-world que nos prometieron? Ocho años, mil quinientos trabajadores e incontables horas extra… no hacía falta tanta alforja para tan corto viaje.
Cuando más tarde volví a entrar en Matrix, hice de nuevo la misión. Eva acabaría asesinada y yo me batiría en duelo sobre su cadáver aún a medio enterrar con ese ser despreciable, para acabar robándole el dinero que me había visto obligado a dar en contra de mi voluntad. Una voluntad que comparte mi avatar virtual, John Marston, marido, padre y pistolero embarcado en un viaje de redención con el que dejar atrás un pasado oscuro y luchar por una libertad que le es negada de forma sistemática y punitiva. El tipo de persona que se alía con los rebeldes en México y la autoridad en New Austin porque es lo correcto. Pero esa mujer debía morir, porque yo tenía que aprender lo despiadado del lejano oeste. Una historia triste, dura y desalentadora que tenía que vivir por obra y gracia de un demiurgo tendencioso en constante lucha con las normas de la simulación que él mismo ha diseñado.
Los cimarrones son caballos salvajes que no lo eran previamente. Aquellos que escaparon del redil, y consiguieron sobrevivir a su nueva condición. Quizá fugados, quizá soltados. Libres tras el cautiverio. Como ese videojuego que consigue retorcer las normas establecidas durante años y, aprovechando la potencia de la última tecnología y un equipo colosal trabajando a marchas más que forzadas, aportar algo nuevo de verdad. Algo que realmente importe. Pero aquí, Rockstar Games Presents y tú te callas y lo asimilas. Y todo ese músculo del caballo cimarrón más salvaje jamás concebido acaba al servicio de seguir la senda delimitada por unas anteojeras tan deslumbrantes como conservadoras. En el salvaje oeste, tanto en su primera iteración como en la más reciente, puedes hacer prácticamente de todo: cazar, jugar, matar, cabalgar, limpiar, correr… y todo con un cuidado, profundidad y nivel de detalle sin precedentes, pero no puedes hacerlo como a ti te dé la gana. Por supuesto, será un camino espectacular y emocionante, pero… ¿dónde queda la revolución prometida?
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[…] cabalgar, correr, pelearnos, pescar, jugar… Pero aún más, no puedo dejar de acordarme de las reflexiones de mi compañero Johnny sobre lo ficticio de la libertad que nos ofrece. El mundo de ‘Red Dead Redemption 2’ es […]