por Israel Fernández
28 abril, 2015
La infancia es un atributo permeable a las costuras del tiempo. Esto no es el verso de alguna chuchería, sino una evidencia empírica. Decir que el nuevo tráiler de ‘Call of Duty: Black Ops III’ imita la mitología de ‘Deus Ex’ es otra. Es por ello que conviene ignorar las comparativas, por repetición —’Robocop’, ‘Killzone’, ‘Astro Boy’, ‘Terminator’, ‘Remember Me’, ‘Black Mirror’ o ‘Ghost in the Shell’— y enfocar nuestros esfuerzos en el gran acontecimiento al que estamos asistiendo. Ahora que el popular doctor italiano Sergio Canavero —envuelto en una kojimada de proporciones épicas— sentencia que en 2017 llevará a cabo su primer trasplante de cabeza, este teaser tráiler llega en un momento clave.
Sobre fondo negro aparece la primera parte de una oración: «El error más grande de la humanidad… será su incapacidad para controlar la tecnología que ha creado». Una frase que evoca directamente al sábado 26 de abril de 1986, donde un catastrófico accidente en Chernobyl mandó al traste las esperanzas de un futuro impulsado por la energía atómica, donde el sueño de cierta prosperidad científica fue barrido por isótopos radioactivos. Desde entonces, el Reloj del Apocalipsis araña la medianoche y un miedo cuasi animal al fin del mundo pervive generación tras generación; una letanía que repetimos para recordarnos cuán peligrosos podemos llegar a ser para nosotros mismos.
Inmediatamente después, un plano cenital de un pelotón de ciclismo: «está dejando a todos atrás. Qué espectáculo de dominación». El narrador señala con fiereza a esa máquina de competición que es un ser humano superando sus obstáculos, en los albores de la perfección. Pero el ciclista presuntamente está dopado. Una voz femenina alude a ello sobre los créditos «1993-1997-1998″. Aún no estábamos al tanto de las prácticas del equipo alemán T-Mobile, ni de los excesos que distorsionaron la imagen del Comité Olímpico de China. «¿Qué ha pasado con el deporte? / ¿Debería mantenerse el record conseguido?». Botes de pastillas se amontonan entre bolsas de sangre y la moralidad no encuentra respuesta a tamaña brecha: ¿qué es normal y qué artificial?
Pero sí habíamos descubierto el mapa de la vida. Una década de investigaciones desembocó en una proeza histórica: el Proyecto Genoma Humano tenía en sus manos el libro de instrucciones, el borrador de nuestra existencia. Y con ello, la promesa de la perfección, la elucubración científica, la erradicación de enfermedades y cualquier forma de tara física o mental: bienvenidos a la era del homo novus. De ahí saltamos a 2011, a «la tecnología portátil», mientras viramos la atención de las estrellas a las células, de la carrera espacial a la batalla del silicio, los iones de litio y lo smart: teles inteligentes, comunicación social, redes de datos, y la consiguiente psicosis paranoica, el espionaje informático y la monitorización publicitaria.
Nuestro cuerpo ahora es un contenedor, un objeto imperfecto destinado a la mejora, a la experiencia ideal. Miles de años desde la domesticación de animales y plantas, cientos desde la Revolución Industrial y aquí estamos, adorando al Dios Cyborg, supliendo la discapacidad y la deformación, eliminando cada prefijo que no conduzca al éxito. El conocimiento conduce al progreso. Pero el progreso esconde un reverso tenebroso, un oscuro océano de incertidumbre y nuevas cuestiones, de temores soterrados y controversia ética: aparecen dos células madre dividiéndose por mitosis. Pero aquí el tráiler se pone solemne: «en nuestra búsqueda del progreso, si comprometemos los principios morales sobre los que nos apoyamos, ¿para qué sirve hablar de nuestro querido progreso?». Esta frase se da como parte de un sermón religioso es una capilla apenas concurrida. ¿Desde cuándo nuestros párrocos han entrado al redundante diálogo del progreso, si no para poner tildes sobre las íes?
Esos pilares del Templo de Lo Correcto se tambalean y aquí, por primera vez, el tráiler nos lleva hacia un futuro próximo donde, según el videojuego de Treyarch, nuestra sociedad estaba discriminando a aquellas personas alteradas. Ahora la ley les protege. Este precedente permite la barraca, el todo-vale del desarrollo híbrido entre humanos y máquinas y la IBA —una suerte de asociación homóloga a la NBA— destaca como la primera liga que acepta atletas modificados. Más planos detalle de cosas robóticas. Más filtros fríos y charlas TED conducidas por showrunners tecnificados.
2041 marca otro hito histórico: la primera red neuronal para conectar con nuestro arcaico cerebro. El tráiler sigue con su candidez e inocencia espectacular hilvanando sucesos a trompicones mientras ese fondo postrock se eleva: «ahora podrás compartir, literalmente, tus pensamientos con otras personas». Literalmente podremos comunicar a nuestro primo canadiense, al otro lado del charco, que nos estamos haciendo popó. Aquellas corporaciones que se nutren de los avances genéticos cotizan al alza gracias al boyante mercado de los trasplantes. En ese instante, un joven deportista clava sus pupilas en nuestros atentos ojos: «me miras y ves únicamente lo que quieres ver». Divina elocuencia. Un nuevo spot alla Nike no deja espacio a réplica: él es el futuro. El futuro es negro.
Pero de nuevo, volvemos al punto de partida: Coalescence Corporation, la firma responsable hacia 2061 de avivar promesas entre las altas esferas, es objeto de graves protestas. Ha estallado en mil pedazos y su radiación alimenta a perros y peces tiburón a partes iguales. Vamos, que la han liao parda. Resulta que el mundo guardaba un decoroso silencio mientras los científicos jugaban a ser Dios, pero en realidad querían quejarse. «No se trata de la tecnología. Se trata de lo que está bien y lo que está mal». Los hombres y mujeres del futuro atienden a esta dicotomía reduccionista con palmaria sobriedad. La tecnología molaba cuando, a golpe de filtro de Instagram, nuestro bistec parecía un cultivo de liquen. Esto ya es pasarse. Queremos la guerra.
Recuerden, estamos en 2065, el tiempo es un suspiro. War Never Changes. Ahora un Julian Assange de marca blanca concede una exclusiva: los chips de retina que compramos en el centro comercial no son alta tecnología, sino la versión low cost de un Gran Poder que tiene secuestrado el gobierno estadounidense. Su Armada Invencible está utilizando aquello que dedicamos a protegernos en crear verdaderas armas. Vaya, no me lo esperaba. El soldado del futuro es un supersoldado y tú ni siquiera lo sospechabas. El Great Seal, con su águila de cabeza blanca (caucásica) mirando incólume a la derecha, era el único testigo. Por supuesto, la cara pública lo niega, lo desmiente con muecas ampulosas y planos medios cortos.
«¿Hasta dónde vamos a permitir que llegue?» Esta interrogativa retórica queda en suspenso mientras se abre paso el nuevoviejo logo del videojuego de la compañía de Santa Mónica. Apenas han pasado cincuenta años y las mismas cuestiones siguen abiertas. El hombre modificado a voluntad ha venido a sustituir al viejo, la Steacy con sombrero lleva, como mínimo, un microprocesador de alto rendimiento bajo su pamela. Dios ha sido bombardeado hasta los cimientos. Este teaser tráiler de imagen real nos dice que la nueva iteración de la saga irá por los derroteros tecnobélicos de la anterior, que nos lo pasaremos pipa con el doble salto impulsado, el camuflaje y las armas de fuego de cadencia imposible. Seremos el Jefe Maestro y seremos Adam Jensen y seremos, al fin, un joven con el headset escupiendo improperios a la pantalla de nuestro monitor mientras desbloqueamos objetos, surfeamos entre estadísticas y campeamos durante cientos de horas por mapas cada vez más detallados y, a su vez, más planos. O seremos aquello que queramos ser, imitando la jerga bombástica, porque para eso sirve un videojuego: para vivir un futuro adormecido en un presente adormecido.
Consideraciones post mortem: la saga ‘Call of Duty’ es hija de su tiempo, interpelando a las modas o movimientos para transformarlos por medio de una entidad secular: el dinero. Este tráiler es un ejemplo como cualquier otro sobre la banalización de nuestra memoria y la anulación de un posible diálogo a golpe de cliché y reiteración estética. Donde ‘Deus Ex: Human Revolution’ se entregaba finalmente a un Renacimiento, a una glorificación de lo humano por medio del acto protésico, de mejorar aquello que nos ha sido dado a través de una revolución intelectual, ‘Black Ops III’ deriva hacia el arquetipo, la instantánea libre de mensaje. El ángel de Industrias Sarif se comería con patatas a cualquiera de estos soldaditos de berilio. No es tanto que los chicos de California imiten la virtuosa obra de Eidos Montreal sino que perviertan su sentido, tomando a interés sólo la parte magra y despreciando el resto. No es tanto que desarrollen a contrarreloj su juego, que se peguen la paliza sacando petroleo de una saga agotada y concentren sus esfuerzos en aquello que monetiza sus nóminas, sino que tengan el descaro de revestirlo de una solemnidad fatua. Si hay algún Dios al que adorar, si hay algún credo por el que debatir y enfrentar facciones, ese es el dinero. Nada más.
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