por Victoria Belver
4 septiembre, 2018
Los juegos de acción están hoy en boca de todos: el éxito de PlatinumGames ha conseguido una especie de resurgir de un género que nunca acabó de morir, pero que pasó del triple A a un nicho cada vez más reducido: la escuela del hack and slash se centra en imitar, limar, y perfeccionar hasta el absurdo las bases establecidas por ‘Devil May Cry’. No digo esto con desprecio por sucedáneos, ni mucho menos, sino aceptando con reverencia la inmensa influencia que ha tenido, tiene y tendrá siempre la franquicia de Capcom. No vamos a decir que Konami mejoró la fórmula —¡blasfemia!—, pero sí que podemos afirmar que consiguió algo que muy pocos han logrado: un juego de acción con un sabor muy, muy diferente. Nos dirigimos hacia un lejano paraje, casi tan brumoso como Silent Hill: Aumaan Crevasse, la madre de todas las batallas en ‘Zone of the Enders 2: The 2nd Runner’.
Podría decirse que ‘Zone of the Enders 2: The 2nd Runner’ se desarrolla con una idea central, taladrándonos constantemente con el mismo dogma. Jehuty —el mecha que controlamos— es el Orbital Frame más poderoso de todos. Se nos vende en todo momento, y así se ve reflejado también en las mecánicas: hay retos, sin duda, pues la dificultad es elevada. Pero normalmente las complicaciones tienen más que ver con las circunstancias, la cantidad de enemigos o la inteligencia del jefe en cuestión, que con una verdadera desventaja de poder, puesto que dentro de la historia seguimos siendo cuasi omnipotentes en lo que a armamento militar respecta. Jehuty está sólo y, francamente, no necesita más. No obstante, hay de repente un bache, un cambio. Súbitamente, se cambian las tornas: pese a que sin duda somos cada vez más poderosos, la misión diez se carga las bases de lo establecido hasta el momento. Nos hace sentir… impotentes.
Es curioso, porque normalmente los videojuegos buscan hacernos sentir poderosos. Ya que hablamos de un juego de Konami, recordemos a ‘Contra: Hard Corps’: aparte de un diseño de niveles prodigioso, el uso constante de masillas insignificantes intercalados entre decenas de jefes cinco veces más grandes que nosotros —pero no necesariamente más fuertes— conseguía esa emoción extra que separa lo bueno de lo sublime, engañando a la mente del jugador. ‘Zone of the Enders 2: The 2nd Runner’ jugaba un poco en esta liga —con más masillas que jefes, para qué engañarse—, pero a partir del último tercio, empieza a hacer justo lo contrario, generando una sensación desconcertante para quien está sentado a los mandos, frente al televisor. De repente todo tiene un acercamiento más ‘Metal Gear Solid’, con momentos enfocados a enganchar la mente del jugador de formas menos taquicárdicas, pero igualmente lícitas: el microondas de ‘Metal Gear Solid 4’ o The Sorrow en ‘Metal Gear Solid 3’ serían algunos de los exponentes más claros de esta vertiente, que busca emoción… pero de otro tipo. No tanto por la parte palomitera, sino por hacer jugables situaciones desesperadas y conseguir transmitir, de alguna forma, el pesimismo hasta el jugador.
Así que, ¡pam! Golpe de efecto. ‘Zone of the Enders 2: The 2nd Runner’ se saca un as de la manga y tú, mole gigantesca todopoderosa, pasas a ser un soldado más en el campo de batalla. Aumaan Crevasse nos lleva hasta una guerra descomunal, luchando contra un ejército masivo de robots junto a nuestros aliados, y ahí está la clave: dejamos de estar solos, así que las normas cambian y empieza el juego de equipo. Ser un titán acorazado no sirve de nada cuando tienes decenas de compañeros a los que debes proteger pero que son tan frágiles como tus enemigos. Y caen como moscas, uno tras otro, a menos que luches con cuidado y cubras sus posiciones. El mapa, la disposición, la situación: todo propicio para dar lugar a una de las fases más increíbles que haya parido esta compañía. Una guerra a gran escala en cuyo epicentro sólo está la desesperación.
Lo bello aquí no es poder sentir la simple pero no sencilla genialidad de ser un robot en una guerra a gran escala —eso ya lo pudimos hacer en los musous de ‘Gundam’—, ni siquiera la velocidad endiablada pese a tener cientos de enemigos en pantalla simultáneamente en los primeros años de PlayStation 2, gracias a la clásica niebla recurrente de Konami. La parte más emocionante es jugar a un juego de acción que consigue reconciliar a las dos filosofías: la de ‘Contra’ y la de ‘Metal Gear Solid’, culminando en una de las fases más emocionantes que se puedan vivir en los hack and slash. No sólo a un nivel jugable, en el que es excelente, sino por conseguir que el jugador sienta la impotencia agobiante de que los enemigos normales, los mismos que morían con tres golpes bajo las garras de Jehuty, nos pongan en jaque constantemente al hacer mella en nuestros débiles aliados.
A partir de este punto, todo va hacia arriba: Jehuty sigue siendo cada vez más poderoso, pero también su archinémesis Anubis, y se desata otro nivel que necesitaría un texto para sí mismo. Porque ahí ya no nos sentimos impotentes, sino directamente débiles y pequeños, pese a que el juego culmine en uno de los jefes finales más increíbles que podamos recordar, por la amalgama de emociones que consigue acumular durante toda la partida gracias a intercalar sabiamente el desmesurado poder de Jehuty con momentos de impotencia y hasta debilidad. Aunque, quizá, esa historia la dejaremos para otro día. Porque es sin duda mejor disfrutarlo de primera mano que pararse a leer unas líneas que, aunque lo intenten, no podrán captar nunca la grandeza de ése momento.
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