por Marcos Gabarri
2 junio, 2016
—Tan importante es la aventura como el lugar donde acontece.
I.
Héroes y villanos. No los soporto. Las grandes gestas no son para mí. Ponerse de un lado u otro significa vestir un collar de perro. Siempre he apostado por ser un espíritu libre, por sortear las barreras que me impidan crecer. Pero, ¿acaso alguien me escucha? ¿A alguien le interesa esta retahíla? Todo el mundo me trata como si fuera un cero a la izquierda, inútil. Soy consciente de que se acercan a mí sólo por interés. Pero no puedo enfadarme. Cada día pongo todo mi empeño en disfrutar de los pequeños momentos. Me relaja el silbido del viento al cruzar el monte, al igual que el armónico canturreo del arroyo en su camino hacia el valle. ¡Cómo me encantaría volver atrás, cuando éramos sólo yo y los árboles! No me malinterpretéis; tampoco es que sea una ermitaña. Amo a todas mis criaturas sin ningún tipo de distinción: desde el más inteligente de mis ánades hasta el más bruto de mis lagartos. Incluso invito a forajidos, de vez en cuando, a echarse una siesta en mis montañas en los días soleados. Pero, esta vez, han llevado las cosas demasiado lejos. Estoy cansada.
Lo llaman el campeón de fuego. Con tan sólo pronunciar su nombre es capaz de causar un gran revuelo. Por algo es portador de una de las veintisiete Runas Verdaderas, una marioneta del destino. Que no os engañe su apariencia honorable: sus ansias de proteger lo que no es suyo acabaron por cubrirme de sangre. No era la primera vez que soy testigo de una guerra, pero sí la primera que me ha traído desolación. A veces creo que mis llanuras serían más felices en soledad. El rojo no puede alimentar la tierra. Estoy harta de que arranquen briznas para ondear banderas. No pertenezco a nadie.
II.
Con el bullicio de comerciantes y buhoneros provenientes del oeste, nadie acudió a mí cuando más lo necesitaba.
—Por fin hemos puesto límite a los bárbaros —escuché—. Los librecambistas pueden respirar tranquilos. Brass Castle es una realidad. Zexen es hoy un lugar más seguro.
Ellos sólo piensan en los potch, en la riqueza del oro. Hasta ahora me las he ingeniado para mantenerme al margen de asuntos burocráticos, pero las cosas están cambiando desde la construcción de esa fortaleza de piedra. Las mentes de plata crían hijos con corazones pobres. Lo dice mi experiencia. La avaricia les ciega, y son incapaces de ver cómo mi tierra se cuartea.
El norte también está patas arriba. Como siempre, allí están sedientos de poder. Parece que cuanto más intento pasar desapercibida, más se empeñan en invadir mi intimidad. Desde que el campeón de fuego les robara su gran tesoro no piensan en otra cosa que no sea venganza. La presencia de norteños nunca me ha molestado, pero los míos ven peligrar su autonomía. Por suerte, las hogueras que trajeron consigo ya se están apagando. Por fin desaparecerá ese nauseabundo olor a ceniza para dar paso al picor de la quemazón.
Un día, mientras nos recuperábamos, el campeón de fuego se esfumó entre la humareda para convertirse en leyenda. Somos menos que antes. Ya no escucho el revoloteo de las alas de esos insectos que llaman mantores. El norte los ha encerrado en jaulas. Al menos, espero que los traten bien.
III.
La desaparición del campeón de fuego vició el ambiente. La desconfianza se apoderó de nosotros y, hoy, el héroe es sólo un cuento de viejas. Dicen que el tiempo lo cura todo, hasta las heridas más profundas. Pero dudo de que sea verdad. Aún hoy, la gente continúa sangrando por dentro. Lo que pasa es que han olvidado la causa de sus llagas.
—¿Dónde está el campeón de fuego?
—…
—Sé que sabéis algo pero, por alguna razón, no queréis decírmelo. Reed, Samus, ¡estáis obligados a obedecer a la hija del presidente de Tinto, Lilly Pendragon!
—Milady, los motivos de su aventura personal nos traerán problemas con las autoridades pertinentes…
He escuchado cómo llegaba una niña mimada para impartir justicia por su mano. El aventurero ya no es de fiar: la guerra nos ha hecho vulnerables. Por aquí las rencillas personales son cada vez más comunes, y entre tanto grito es difícil ser optimista. Los seis clanes están mejor estructurados, más complejos, influencia de los vecinos del oeste. Últimamente no paran de visitarnos con la excusa del comercio, pero todos sospechan de sus intenciones expansionistas. Nunca aprenderán que la tierra no puede guardarse en una caja. Las raíces acabarán saliendo. Por las buenas o por las malas.
IV.
—Si nos esforzamos, estoy seguro de que Harmonia nos hará libres.
—Acéptalo, Franz. Nunca volveremos a ser libres. Somos ciudadanos de tercera. Si aún seguimos vivos es gracias a los mantores.
Ya nadie se acuerda de ellos. Creo que ahora les hacen llamar Le Buque. En el fondo soy una blanda. Soy incapaz de poner orden al caos que ha florecido en mis campos. Tras cincuenta años vuelvo a escuchar los tambores de guerra. Los norteños nunca perdonarán al campeón de fuego y ahora buscan en la triquiñuela y el engaño el arma perfecta para crear confusión. Pronto las banderas volverán a alzarse, esta vez en un conflicto a tres bandas. Y el rojo volverá a cubrir mi verde marchito. Como si no estuviera ya lo suficientemente rasgada.
V.
Desde el oeste, una dama de cabellos plateados y su caballería han irrumpido con violencia sin razón aparente. Todo arde. Otra vez. De nuevo me han convertido en esclava de una aventura sobre la que nadie me ha hablado. Para ellos soy un mero escenario, un lugar en el que jugar a ser héroes o villanos. Me someten tras murallas y toman mi nombre en vano para derramar sangre a su antojo. Pero, ¿no se dan cuenta? Yo ya estaba aquí desde antes, incluso, que los Sindar. Yo soy el aire que atraviesa vuestros pulmones y la comida que ingerís. Os doy cobijo y protección. Pero también puedo castigaros si lo merecéis. No obstante, soy benevolente.
No sé por qué hago esto. Nadie puede oírme. Y aunque pudierais, ya os las apañaríais para cortarme la lengua. Para vosotros soy sólo un trozo de tierra en el que desatar vuestra locura. Pero yo os amo igual, hijos míos. Al fin y al cabo soy la madre de todas vuestras aventuras.
¡Nos hemos mudado!
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