9 diciembre, 2014
Llega un momento en la vida de todo hombre en el que debe comprimir todos sus miedos e inseguridades en una pelota del tamaño de un puño y empujarlos hacia abajo con todas sus fuerzas. Un hombre, por regla general, sabe cuándo ha llegado ese momento. La niñez y las múltiples etapas de una adolescencia dilatada y tardía se dan por terminadas, los horizontes antes vedados y aterradores se convierten en apetecibles desafíos, y los prejuicios se esfuman en favor de una curiosidad espoleada por no querer irse de este mundo sin haberlo probado (casi) todo. En mi caso, ese momento llegó este mismo año que acaba, con veintinueve primaveras. Acababa de salir de una ducha rápida con barba de una semana y mirándome al espejo lo supe: había algo que empecé hace mucho tiempo pero a lo que nunca había vuelto, jamás lo había intentado terminar. Ese sentimiento de culpa ya no podía ocultarse entre capas y más capas de inmadurez; no, no daba igual, nunca da igual dejar una etapa sin cerrar. Fue en ese momento cuando entendí que debía ponerle remedio, y ésta fue mi redención.
Pongamos los antecedentes sobre la mesa. Recuerdo cómo hace ya años, eones en mi desgastada memoria, tuvo lugar mi primer contacto con una nueva y extraña forma de experimentar con los videojuegos. El acontecimiento tuvo lugar en la casa de los padres de mi novia. Fuera los zapatos, retorcidos los calcetines y asumido el sutil rubor de la inevitable vergüenza, me subí en su nueva Wii Balance Board para realizar lo que ‘Wii Fit’ denominaba un Test Físico. Tras apenas dos minutos de órdenes escuetas y minijuegos de extrema sencillez, una animada representación de la tabla que tenía bajo mis pies me explicaba a través de la pantalla que mi IMC era demasiado alto y que tenía una edad Wii Fit (un concepto no por familiar menos estúpido —recuerden la edad mental en ‘Brain Training’ o la edad visual en ‘Training for your Eyes’—) que prácticamente duplicaba mi edad real. Mi rechoncho Mii se tocaba la espalda en una posición encorvada y ridícula mientras las carcajadas a mandíbula batiente de la parienta apuñalaban una y otra vez mi herido orgullo; y yo, con cara de no entender nada, me bajaba ofendido de aquella tabla del demonio con la esperanza de no tener que volver a ponerme sobre ella nunca más.
Fue durante el invierno pasado cuando, de repente, sucedió. Me miré de perfil en el espejo mientras me secaba el pelo y, por mucho que encogiera la tripa, la realidad se mostraba demasiado testaruda. El sopapo anímico me llevó a vestirme corriendo y a poner patas arriba la casa que compartía con mi chica hasta dar con aquel infamado disco óptico, enterrado bajo montañas de trastos inservibles. Esta vez me lo iba a tomar en serio. ¿La Parca en ‘Castlevania’? ¿Pyramid Head? ¿Aquellas máscaras voladoras que te perseguían cuando agarrabas una llave en ‘Super Mario Bros. 2’? Nada superaba la inquietud que me causaba volver a enfrentarme a esa tabla parlante a la que un día me subí.
‘Wii Fit’, ¡sólo sabes decir «estás demasiado gordo»!
Un viaje express al centro comercial y ya tenía sobre el suelo de mi casa un pack que incluía una alfombra de ejercicios, tobilleras con pesas, calcetines antideslizantes y otros artilugios igualmente inútiles. Un mal presagio: la batería que debía sustituir a las cuatro pilas que requiere la Wii Balance Board no funcionaba, pero ninguna excusa me iba a impedir emprender este camino. Animado y optimista, limpié el polvo de la tabla y le coloqué su nueva funda de plástico, suavemente, con cariño, intentando limar asperezas. «Vamos a intentar llevarnos bien, ¿vale?». Arranqué el juego y seleccioné mi usuario.
‘Wii Fit’ organizaba su contenido principal en cuatro categorías de ejercicios, de las cuales dos (Yoga y Tonificación) estaban presididas por una delgada y estilizada monitora a la que pronto identifiqué como La Pálida Dama. En frente de ella seguí las instrucciones de cada ejercicio, hice las posturas de la vela, el gato y el saludo al sol, así como acometí escrupulosamente todas y cada una de las repeticiones en los ejercicios de flexiones, torsiones y abdominales. Siempre me había considerado una persona habilidosa con los videojuegos, capaz de adaptarse a cualquier tipo de control y de ver más allá de sus reglas para alcanzar el éxito, pero apenas quince minutos a solas con la chica del top azul —se podía mudar a un monitor masculino, pero ¿acaso existe algún motivo para hacer ese cambio?— eran suficientes para hacerme hincar la rodilla de la forma más literal. Mi centro de gravedad orbitaba arbitrariamente mientras los temblores musculares crecían con cada iteración. Cinco minutos sobre una pierna como un pelícano, noventa segundos haciendo la tabla sobre los antebrazos, tumbarse y levantarse veinte veces con el brazo levantado. Cada se sesión se convertía en un entrenamiento militar a poco que uno decidiera tomárselo en serio.
Las categorías Equilibrio y Aeróbic, por el contrario, se alejaban del dominio de la monitora de aeróbic para plantear, de forma más distendida, una serie de minijuegos con nuestros Miis como protagonistas. Mover la cintura como un loco para conservar los hula hops o usar la tabla como step eran buenas formas de quemar calorías de forma amena… durante la primera hora. Por desgracia, el cálido oasis de diversión que suponían estos ejercicios se acababa demasiado pronto, como ese recreo al que sales tarde y en el que apenas te da tiempo a acabarte el bocata de chorizo de Cantimpalos. Los ejercicios de footing, con nuestro Mii trotando a lo largo y ancho de la Isla Wii Fit, se antojaban interminables, a medio camino entre lo ridículo y lo insulso, simulando la carrera con el wiimote en el bolsillo del pantalón. Los ejercicios que mejor aguantaban el tipo eran Río abajo y Plataformas: el primero proponiendo una carrera de obstáculos, y el segundo, permitiéndo balancear una plataforma y así llevar cada bolita a su hueco, controlados por nuestro centro de gravedad. Ambos suponían un respiro casual, el recuerdo de que estaba ante un videojuego, con las connotaciones lúdicas del término.
‘Wii Fit Plus’, ¡exijo una satisfacción!
Pasaron tan sólo unos días hasta que decidí dar por completada mi experiencia con ‘Wii Fit’. Todos los juegos completados, todas dificultades y repeticiones desbloqueadas y disputadas, la satisfacción de haber dado un paso más en el camino a la madurez. Sin embargo, sin saber nunca cómo y por qué apareció en mi casa, ‘Wii Fit Plus’ vino para recordarme que mi redención no estaba completa, y así me lo hizo saber mi archienemiga en cuanto introduje en la consola la segunda entrega de la saga:
Posiblemente, ‘Wii Fit Plus’ entendió dónde fallaba el primer juego, pero no lo potenció tanto como debía. Las nuevas posturas en Yoga me resultaron imposibles: mi flexibilidad me permitía girarme como un loco en el sofá cuando no encontraba el mando a distancia, pero nunca fui capaz de llegar a tocarme la punta de los pies doblando la espalda, como para ahora realizar las posturas avanzadas. Los tres nuevos ejercicios de tonificación suponían igualmente un hito al que no podía llegar, como ‘Battletoads’, ‘La abadía del crimen’ y otros tantos juegos que abandoné rendido.
Los Ejercicios Plus enfocaban hacia las esencias, moviéndose y controlando avatares a través de nuestro movimiento y reparto de pesos; pero lo hizo sólo hasta cierto punto y, en casos concretos, de manera defectuosa. Cuando accedí a ellos me di cuenta de algo realmente extraño: ‘Wii Fit Plus’ no era una secuela, sino una versión extendida de ‘Wii Fit’ que lo contenía y que añadía unas cuantas novedades, al mismo tiempo que despojaba de todo sentido conservar el original más allá del coleccionismo o el fetichismo. También, observando y tanteando esos Ejercicios Plus me llevé algunas sorpresas gratas, agregando un uso combinado de tabla y mando, siempre con la posición y el movimiento como eje central, así como la inclusión del razonamiento como elemento indispensable para ciertos minijuegos.
Una de las funcionalidades de ‘Wii Fit Plus’, en la que podía medir las calorías quemadas y su equivalencia en alimentos tradicionales, me voló la cabeza. Un trozo de queso suponía veinte minutos de boxing virtual y un helado de vainilla un año de remordimientos y diez vueltas a la Isla Wii Fit en bicicleta. Mi forma no mejoró durante el mes que puse fin a mis remilgos con el juego de la vida sana, ni dejé las hamburguesas grasientas ni los pitillos ocasionales. La mayor parte del tiempo ni siquiera estaba disfrutando. No se trataba de eso, sino de algo que lo trascendía, que te hacía crecer por dentro, que te capacitaba para acometer el resto de retos de tu vida. Se trataba del camino a la madurez del que ya habló hace tiempo nuestro compañero David Molina.
Hoy, casi un año después del inicio de mi experiencia más hardcore, aún vuelvo con frecuencia a ese aséptico y blanquecino mundo de fantasía atlética. En ocasiones sólo para hacer el test, y otras con la intención de completar los poquitos minijuegos que todavía se me resisten (hola Plataformas Plus, estás hecho todo un bribonzuelo difícil de batir, ¿eh?). La Balance Board animada y yo nos saludamos con cortesía y, aunque no con la frecuencia que me gustaría, la fibrosa monitora de aerobic me felicita aplaudiendo mientras recupero el aliento. No sé por qué lo hago, quizá sea por ese estúpido sentimiento “completista”, por desbloquear lo poquito que me queda… o quizá sea que ‘Wii Fit’ se ha convertido en mi enemigo íntimo, sin el cual mi relación con los videojuegos cambia de sentido. Hoy, mientras escribo estas líneas a más de cuatrocientos kilómetros de mi vivienda habitual, motivos laborales mediante, recuerdo el momento en el que tuve que decidir si nuestra tabla nos acompañaría en nuestra nueva vida. Fue una decisión difícil pero, de algún modo, sé que me esperará, y que a la vuelta volveremos a disfrutar de nuestra frágil aunque grata amistad. ‘Wii Fit’ puede parecer exiguo pero, igual que los auténticos amigos, jamás vacila en decirte una verdad ni en espolear tu esfuerzo, por más improductivo que éste sea. Cada vez que veáis uno de estos títulos en esas montañas de juegos de segunda mano, no lo paséis a la ligera, pues en él reside lo que fuisteis, sois y seréis, si así lo queréis.
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¡Genial texto, Loquo, me he echado buenas risas! Creo que Wii Fit es la forma de intentar ponerse en forma para aquéllos que no estamos muy por la labor de hacerlo realmente xDD. Yo también tengo la tablita debajo del sofá, muerta de risa la pobre.
Me extrañaría que hubiese alguien en la faz de la tierra que se haya puesto en forma con el cacharro éste, como nadie se habrá vuelto más espabilado mentalmente por jugar al Brain Training xD. Pero oye, la estrategia de marketing le funcionó de lujo a Nintendo, hay DSs y Balance Boards en muchos más hogares de los que nos pensamos.
A ver de qué va el sistema «Quality of Life», tiene pinta de que vaya a ser algo similar a todo esto… ¡Saludos!
¡Hola Harker! Gracias por dejarte caer por aquí.
Supongo que la idea era motivar a la gente con trabajos sedentarios a realizar sus 5-10 minutos de ejercicios al día. La gracia es que yo me lo tomé como un videojuego tradicional que completar, buscando desbloquear todo y lograr la máxima puntuación. Usé ‘Wii Fit’ de la forma que no pretendían sus creadores, pero claro, no tenía ningún interés en usar el juego con regularidad durante un largo periodo de tiempo, así que… es lo que hay.
Nintendo con estas cositas, como el Touch Generation! de DS, le encasquetó sus cacharros a montones de personas que antes no hacían ningún caso a las videoconsolas. Nada de apretar botones: controla con un lapicito, o moviendo el mando como una raqueta de tenis, o meneando las caderas sobre una tabla… No fueron estúpidos, para nada.
Yo creo que lo de Quality of Life es más de lo mismo, unido a esa extraña intención de controlarnos como a niños y de protegernos de las redes sociales y de cualquier cosa medianamente «ofensiva». Vamos, un paso más en su tarea de dominar el mundo. (Lo cierto es que no he leído demasiado del tema, me mantengo a la expectativa).
¡Saludos IonHarker!
Por fin veo que recogiste el guante que te tiré hace tiempo y has hecho una crítica de Wii Fit y la Balance Board.
De pie me hallo aplaudiendo tan magnífico texto explicando el qué es y lo qué te hace sentir/experimentar la Balance Board, Wii Fit mediante.
En mi caso he de decir que se lo regalé a mi mujer por su santo allá el lejano verano del 2008. Al ser novedad, mi mujer lo utilizaba frecuentemente pero yo no le hacía ni caso hasta que la curiosidad mató el gato; me decidí a probarlo y en ningún momento me supo atrapar, o yo no le encontré la gracia. Durante una semana hacía los ejercicios cada día, luego cada dos y al cabo de un mes, solo lo utilizaba una vez a la semana. Yo no soy mucho de hacer ejercicio pero lo que tenía claro es que ese aparato del diablo no era el camino y lo abandoné para siempre.
Mi mujer lo ha ido utilizando de mucho tanto en cuanto pero desde hace dos años lo tiene mi hermana mayor que por lo menos ella le saca más rendimiento.
P.D: Fue un placer conocerte en Retrobarcelona en persona, lástima no haber tenido más tiempo para charlar.
Un saludo 🙂
Debo decir que espero que la Balance Board se amortice un poco (a pesar de que, como digo en el texto -en el que, por cierto, (casi) todo es real- es en realidad de mi novia) con su uso en ‘Punch-Out!!’ o ‘Marbles! Balance Challenge’ (la segunda parte de ‘Kororinpa’). No pierdo la fe en ella, y aun podría hacerme con ‘Wii Fit U’ si lo acaban medio-regalando de segunda mano, de forma que consiga unir el tríptico más HARDCORE de la historia de los videojuegos, jeje.
Pues nada, tenía ganas de hacer este texto desde hace mucho y, bueno, quería hacerlo así y no me parecía apropiado para la revista, así que he aprovechado mi turno en la web para poder sacarme esta espinita y de paso recoger ese guante que con tan buen tino me lanzaste. Sólo espero haber satisfecho las espectativas tras un año de espera.
PD: Una lástima, estuve muy disperso todo el día y cuando volvi los de Retroscroll ya os habíais ido. A ver si antes de que abandone Cataluña surge otra ocasión y charlamos con más calma.
PD2: Por cierto, felicidades a todo el equipo de Retroscroll (¡hola Rokuso3!) por ser taaaaaaaaaaaan majos y por haber montado un stand con tanto cacharro retro interesante. Espero encontraros de vez en cuando por algunas otras ferias 🙂
Pues si el día 20 de diciembre aún estás por Cataluña, puedes pasarte por la 46RU de AAMSX que Retroscroll también tendrá stand, y en él estaremos Rokuso y servidor 😉
¡Es verdad! Me lo comentó Rokuso3 en RetroBCN. Seguir, seguiré en Tarragona, otra cosa es que curre o no ese finde, en caso negativo me molaría mucho ir, la verdad 🙂