por Juanma García
8 enero, 2015
Me he vuelto a levantar con los gritos destartalados del maldito ogro que el destino me asignó como mujer. No es la primera vez que maldigo la manera en la que bebí la noche que cometí esa estupidez, en la que embriagado de whisky barato besé a la muerte y la llevé al altar. Estoy seguro de que mi mente se estaba cachondeando de mí. El caso es que se ha levantado de mala hostia y otorgándome tres tareas: me ha dado un bofetón y me ha mandado a la calle para ya de paso sacar a pasear a Champ.
Apuntando aún los detalles de mis recados, ese maldito perro viene a recibirme con una meada en mi pierna y con una cara que denota el humor de un can muy cabrón. Le doy una galleta y agarro la pala de la cabaña por si las cosas se ponen feas en esta maldita ciudad sin ley. De buena mañana tengo que ir a comprar leche, firmar mi cheque en RWS por los derechos de imagen a un videojuego violento y luego ir al banco a cobrar mi dinero, y créame quien lea estas líneas pero eso no es fácil.
Paradise City me recibe en una mañana despejada, con dos personas insultándose a una distancia lejana de mi persona y otras dos disparándose con dos pistolas automáticas del calibre 22, mientras la policía y más ciudadanos se van añadiendo a la fiesta como si se diera algún premio si queda uno sólo en pie. No es nada nuevo observar estos hechos por aquí, donde más de una vez he visto cabezas por el suelo probablemente cortadas por alguna persona hábil con el cuchillo. Fumo de mi vieja pipa, echo el humo por la boca y la ceniza se consume en el suelo con las balas volando por el aire.
12:00 de la mañana, Paradise City, Arizona
Mi primer destino pasa por ir a la RWS a por mi cheque, por tanto tomo el camino al norte y mientras observo la tiranía y la corrupción que se respira en este estercolero, Champ me persigue a lo lejos dispuesto a arruinarme la vida. Menos mal que en casos de extrema urgencia es capaz de matar al más peligroso enemigo y como trofeo traerme su cabeza. Es adorable cuando se pone así y no cuando mea mis botines manchados de sangre.
Al llegar a la RWS comprendí que las cosas se iban a poner feas. De nuevo aquellos estúpidos padres contra la violencia manifestándose por un juego en el que puedes obrar como un auténtico asesino. ¡Se han vuelto locos y a mí no me gusta ver sufrir a nadie! Por tanto, querido diario, he de confesarte que un bidón de gasolina y unas pocas cerillas hicieron que mi benevolencia se elevara hasta límites extremos haciendo arder a esas almas despistadas, no sin después asignarles una buena meada en sus estúpidas y deformes caras. Por desgracia y al terminar mi faena con el cobro del cheque, una horda de lunáticos entraron en las oficinas y, como ya no era problema mío, huí de forma despavorida aunque no sin antes ganarme el odio extremo de ellos y jurarme que si me veían por la calle de nuevo me liquidarían.
14:00 del mediodía, Paradise City, Arizona
Esos hijos de puta protestantes me estaban jodiendo el día. La vida es así en este basurero, en un momento eres feliz y luego te levantas para darte cuenta de que tienes un maldito feto como mujer y una ciudad entera sumergida en la locura. Está bien, está bien, pues entonces yo también estoy en mi derecho de afrontar la locura del mejor modo: robando un banco.
En mi trayecto —aparte de ver las balas dispararse como quien se toma un café—, escuché a una de esas muchachas embutidas en cuero hablar con un policía local sobre prostitución, y sobre su inmensa dedicación a hacerle un servicio a éste totalmente gratuito. No hay decencia: hay armas, hay prostitución, pero mientras cada prostituta del pueblo mantuviera ocupado a cada policía local, mi huida del banco sería todo un éxito, ¡y me embolsaría una buena cantidad de pasta!
Mi conciencia me susurra que no lo haga cuando entro en el hogar de la pasta. Por suerte cambié pronto de opinión cuando vi la estúpida cola que había montada para cobrar un maldito cheque, y encima uno de los jodidos jamaicanos estaba discutiendo por algún motivo estúpido. Con mucha discreción y evitando ser visto por los guardias, abro la puerta que lleva a la caja fuerte. Para mi sorpresa, ésta me recibe con su portón abierto de par en par, como si un letrero de «adelante» llevara puesto. Entro, agarro la pasta y alarma. ¡A tomar por culo! Los policías acuden a la sonora melodía de socorro y me obligan a soltar el arma, pero prefiero disparar y cargarme a dos de ellos. Sin mucho tiempo para pensar antes de que acudan más agentes, diviso una entrada secreta de la que me habían hablado hace tiempo y doy esquinazo a los guardias. Eso sí; más me vale esconderme de ellos un buen rato si no quiero morir acribillado a balazos.
18:00 de la tarde, Paradise City, Arizona
Me indigna la asquerosa policía de esta ciudad de ratas, aunque por una vez me haya salido bien la jugada. Son las seis de la tarde y ya mi cara es desconocida para todo el pueblo. El tío que ha robado $350 de la caja fuerte se ha salido con la suya y ya me adelanto a mí mismo que lo haré en otras ocasiones para robar una cantidad inmensamente mayor. Con esos 350 dólares marcho a por el brick de leche para la vaca inmunda de mi mujer.
Con una música hindú que invitaba a moverme cual serpiente en las dunas de un desierto, indagué en aquel supermercado hasta encontrar la marca indicada por mi bicho doméstico de 115 kilos. Confieso que me dieron ganas de mear dentro de la leche para comprobar si así se intoxicaba y la mandaba derecha al cementerio para que los gusanos le pegaran los tortazos que ella me pega a mí constantemente. En un rápido destello discuto con mi mente sobre si es cauto o no pagar el brick de leche y llego a la conclusión de que el día ha estado demasiado movido como para estropearlo. Voy al dependiente, le entrego los $5 y me marcho. Ya en casa, una nueva paliza por tardar tanto y una dosis de mi paciencia que se acaba: esa vaca inmunda lo mismo no llega al fin de semana.
Te seguiré relatando, estúpida hoja de papel.
Postal Dude, a 8 de enero de 2015.
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