The Red Strings Club x Solo

Todos los videojuegos hablan de mí
(pero pocos conmigo)

por

3 junio, 2018

Todos los videojuegos hablan de mí. Podríais dudar al pensar si no es una aseveración narcisista y egocéntrica, pero si me conocierais no tendríais ni un atisbo de duda de que así es. Y aun con ello creo firmemente que hablan de nosotros. Cuando juego a un immersive sim suelo ir más a sigilo que a lo loco, pero siempre buscando hacerlo bonito, que fluya. Y aunque prefiero dejar un reguero de soldados inconscientes escondidos en los recovecos del nivel tras de mí, se me dan bastante bien los shooters: tengo reflejos y buena puntería. No hay nada que me suba más la adrenalina que un buen rush en ‘Counter-Strike’ conmigo como punta de lanza. Me frustran las altas dificultades y no soy constante con los retos a largo plazo. Si me pides grindear, te escupiré a la cara. Pero puedo acumular ingentes cantidades de horas en los juegos competitivos online porque me gusta ganar y me gusta que me vean ganar. Soy un estratega regular. Y todo eso lo veo cuando juego, porque lo proyecto en mi forma de afrontar los retos que me propone cada obra.

Solo by Team Gotham

Esto es algo que en el resto de artes sólo podemos atisbar. Una historia, un género o una forma de narrar puede influenciarnos, gustarnos o afectarnos, y eso hablará de nosotros. Unos personajes nos caen mejor que otros, claro. Unas historias nos llegan más que otras. Si pongo mis películas favoritas una al lado de otra y me alejo pintaré un cuadro de mi alma. ¿Pero cómo reaccionaríamos si nos dejaran ser sus protagonistas? ¿Qué haríamos? Un hecho vale más que mil palabras, y las palabras se demuestran con hechos. Lo podemos imaginar, claro. «Pero no vayas ahí, que vas a morir, ¡tontolaba!». Pero nunca sabremos qué habría sucedido si no hubiese ido por ahí, el muy tontolaba. Es por ello que los videojuegos pueden llegar a ser una conversación. Una charla entre creadores y jugadores. Cuando diseñas una mecánica te preguntas «¿qué hará el jugador?». Es una partida de ajedrez. El Doctor Extraño visualizando catorce millones de finales distintos, y para todos ellos tienes que estar preparado.

Por eso me han gustado tanto ‘The Red Strings Club’ (Deconstructeam, Devolver Digital, 2018) y ‘Solo’ (Team Gotham, 2018), dos juegos de misma añada fermentados en barricas de similar madera y cosechados del mismo tipo de uva pero que al servirlos los matices de su excelso bouquet varía dependiendo de cada boca. Porque ambos se apoyan de forma incondicional en mí. Hay juegos que da igual quién los juegue, funcionarán igual. Puedes ir a ellos con ganas de pasar el rato o con todas las ganas del mundo, que lo mismo da. Sin embargo, aquí la mecánica fundamental somos nosotros. Ellos ponen los mimbres, pero nosotros tenemos que trenzarlos. También encontramos que aunque nacen de sitios distintos (el miedo a provocar frustración por un lado y una ruptura sentimental por el otro) la narrativa de ambos venga firmada por la misma pluma serigrafiada en dorado con un mismo nombre: Jordi de Paco. Y aunque los temas de ambos juegos no pueden estar más alejados no se puede decir lo mismo de su mecánica principal: nosotros. Nos encontramos con un juego conversacional cyberpunk con minijuegos esparcidos aquí y allá en una esquina del cuadrilátero y un viaje introspectivo rumbo mar adentro de nosotros mismos sobre el amor y la vida como conjunto de vivencias compartidas. Una exploración sobre qué opinamos sobre ciertos temas sociales, culturales y políticos en pixel art o un recorrido sobre qué toca nuestras fibras más sensibles y románticas en un entorno low poly preciosista. Una conspiración corporativista con tintes existencialistas. Una mirada a nuestros corazones.

The Red Strings Club by Deconstructeam

Es curioso cómo ambos juegos consiguen lo mismo partiendo de sitios distintos. Mientras que en ‘The Red Strings Club’ encarnamos a una serie de personajes que nos vienen dados, con sus intereses y sus vidas, en ‘Solo’ nos encarnamos a nosotros mismos; y en ambos acabaremos rebuscando en los rincones más oscuros de nuestra existencia y sacaremos pequeñas pepitas de oro bañadas en sangre, en entrañas. Porque da igual que estemos haciendo orfebrería con implantes state of the art que contestando las preguntas de faros totémicos omniscientes: en ambas experiencias o arreglamos nuestros corazones o moriremos. Y al final tendremos la cabeza tan metida dentro de nuestro propio culo que en ambos juegos acabaremos obviando los problemas derivados de incluir ciertas mecánicas jugables que podrían estorbar en ese ejercicio de narcisismo porque son fines para un medio. Superaremos los retos que nos pongan porque queremos seguir la charla. Aparta de delante del espejo, que no me veo. ¿Qué te parecen estos pantalones? ¿Me quedan bien? No me había planteado que igual yo soy más de bermudas hasta que has preguntado, la verdad.

Solo by Team Gotham

Los desarrolladores de videojuegos, como en cualquier otro sector artístico, sólo quieren expresarse. Da lo mismo si es mediante la introspección o con la macarrada más desenfadada. Basta con ser, y dejar que eso permee en lo que haces. Todas las obras hablan de nosotros, tanto de los que los hacen como de los que los consumen. Hablar con la audiencia, abrirse el pecho y ofrecerlo al respetable. Pero es la capacidad de los videojuegos de dar la oportunidad de acercar la mano y remover en la cavidad torácica de manera activa donde radica la posibilidad de trascender el formato. Porque tras jugar a ‘The Red Strings Club’ y ‘Solo’ creo conocer un poquito más de las personas que hay detrás de la cortina roja que acaba de caer, pero también creo conocer un poquito más de la persona que está sentada en el centro del patio de butacas con el foco fijo sobre él.

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