por Elena Flores
15 octubre, 2015
El videojuego, que hace apenas un par de décadas estaba —mal— considerado carne de freaks y raritos infantiles, se ha convertido en el producto de ocio por antonomasia. La balanza ha invertido su equilibrio y, actualmente, ser gamer (que no falte el vocablo inglés que le coloca a uno en un grupo, a modo de tarjetita prendida en la solapa) se lleva más que nunca.
España continúa en los primeros puestos de consumo de software lúdico y, sin embargo, seguimos en la cola si se trata de examinar el lado más profesional del asunto. Intentando conciliar ambas caras de la moneda, Madrid Games Week surgió en el año 2013 como una apuesta que aglutinaba el escaparate del videojuego puro y duro destinado al consumidor con los contactos y la formación pensadas para el desarrollador. Tras la gestión efectuada por la conocida cadena de tiendas Game los años anteriores, bajo el nombre de Gamefest, aDeSe tomó el relevo con el propósito de encauzar el evento hacia un punto de vista más serio y hacer que éste fuese capaz de hablar de tú a tú con otras ferias europeas de renombre, llegando a alcanzar delirios de grandeza con la denominación de lo que algunos medios llamaron “el E3 español”.
La intención era buena. Sin embargo, la puesta en marcha del proyecto no se ha librado de baches y tropiezos. El principal problema que ha empañado la imagen de Madrid Games Week año tras año ha sido el aforo, que se veía traducido en interminables colas en los puestos más golosos y agobios a la hora de desplazarse por la feria. La voluntad de poner solución a este problema ha sido palpable desde el principio ya que, edición tras edición, la superficie destinada a la exposición ha ido aumentando. Este año parecía que el problema se había atajado de raíz cuando aDeSe anunció orgullosa que Madrid Games Week ampliaba su oferta para ofrecer más de 37800 m² de espectáculo. Desafortunadamente, tras esos datos se escondía una trampa a modo de recinto añadido, destinado únicamente a las competiciones estilo LAN Party y a la retransmisión de e-sports.
¿En qué se tradujo esto? En —de nuevo— colas interminables en los puntos estrella del pabellón principal. Jugar a ‘Assassin’s Creed Unity’ o ‘Star Wars Battlefront’ implicaba soportar esperas de más de una hora de duración durante el fin de semana. Mención especial merece el dispositivo estrella del evento, el PlayStation VR que sólo pudieron probar los pocos afortunados que alcanzaron el stand de Sony en los diez minutos inmediatamente posteriores a la apertura de puertas; hecho que desató numerosas protestas por parte de muchos de los asistentes que consideraban que las gafas de realidad virtual de la compañía japonesa eran lo que más merecía la pena de este año 2015.
El videojuego ha emergido alzado por una manada de adolescentes que se vuelven locos por cualquier cosa que se pueda asociar a la palaba friki
La guinda del pastel la pone un hecho desconcertante y a la vez bastante revelador: prácticamente la mitad de la superficie del pabellón insignia estaba dedicada a tiendas de merchandising y comestibles asiáticos, de tal manera que si nos llevasen al evento con los ojos vendados y nos soltasen en medio de ese área, no dudaríamos ni un segundo en afirmar que nos encontramos en un ExpoManga o similar. ¿Qué sentido tiene destinar un espacio tan grande a este tipo de oferta cuando la zona dedicada a la temática principal de la feria está pidiendo a gritos más puestos para jugar y aligerar las colas?
La respuesta es sencilla: el público objetivo no somos ni tú ni yo: es un voraz consumidor de camisetas, figuritas y ramen instantáneo. Madrid Games Week, como cada año, intenta vestirse de evento serio, completo y profesional, pero el traje se le deshace en jirones en cuanto paseamos por el recinto. Para todos aquellos que llevamos décadas en el sarao, una exposición dedicada a nuestro hobby fetiche supondría, por fin, un reconocimiento a un sector que lleva demasiados años pobremente considerado. No obstante, el videojuego —aquí, en España— ha emergido de las profundidades del nerdismo alzado por otro grupo de consumidores: una manada de adolescentes que, de repente, se vuelven locos por cualquier cosa que se pueda asociar a la palabra friki.
Videojuegos, manga y anime van de la mano en cualquier evento relacionado del país. Nintendo abrió la veda haciendo incursiones cada vez más llamativas en las ferias de temática nipona, y ahora es la cultura del sol naciente la que reclama su espacio en las exposiciones dedicadas a los jugadores. Juegos de mangas, mangas de juegos… ¿Cuál es la diferencia? Las tiendas de software electrónico cada vez tienen más estanterías dedicadas a peluches, bandoleras, tazas y cómics; las ediciones coleccionista seducen nuestra cartera con figuras, llaveros y parches para la ropa, e incluso el propio sector del videojuego se relame ante un negocio aún en pañales pero tremendamente fructífero como es la integración de contenidos adicionales en forma de simpáticos muñequitos.
A esta ecuación falta sumarle aún un importante factor: el fenómeno youtuber. A modo de estrambótico mecenazgo del siglo XXI, lo mejor que le puede pasar a un indie es que la videoestrella de moda descargue su juego y decida grabarse y compartirlo con sus —millones en los mejores casos— decenas de miles de fans. Los estudios y compañías consolidados, no obstante, tampoco son ajenos a este magnífico filón, y a la mínima oportunidad, añaden a sus filas a las personalidades de internet más conocidas. Madrid Games Week no iba a ser menos y, además de llenar su agenda con todos aquellos youtubers dispuestos a prestar espectáculo, dirige gran parte de sus fuerzas a alzar a este colectivo. La zona VIP destinada a “bloggers y youtubers” ocupaba el centro del pabellón y acogía a decenas de chavales que no alcanzaban la mayoría de edad con su acreditación y sus gorras de ‘Minecraft’ grabando especiales de la feria para todos sus seguidores entre trago y trago a su lata de Monster.
A modo de estrambótico mecenazgo del siglo XXI, lo mejor que le puede pasar a un indie es que la videoestrella de moda descargue su juego y decida grabarse y compartirlo
Madrid Games Week no es una feria seria de videojuegos: es un evento que busca vender el máximo de entradas año tras año, y para ello no duda en sacrificar contenido a cambio de reclamo y espectáculo. Este año la organización no se ha andado con tapujos y ha puesto a la venta, directamente, entradas especiales para poder acceder a la feria el día reservado a prensa y profesionales. La fórmula ha funcionado y, un año más, se clausura la edición anunciando a bombo y platillo récords de asistencia. Esta noticia supondrá una alegría para los acérrimos del evento —ya que prácticamente asegura una nueva edición en 2016— pero para todos aquellos que seguimos buscando una oferta más madura y centrada, parece que el panorama pinta bastante triste.
Como reza la pegadiza canción, «Money makes the world go round», y Madrid Games Week ha encontrado la gallina de los huevos de oro en forma de adolescentes encantados de hacer cola en medio de música estridente, latas de bebidas energéticas tiradas por el suelo y pancartas de “regalo abrazos”, para jugar sus cinco minutos —ni uno más ni uno menos, que hay mucha cola— al título de moda, comerse su ramen instantáneo en el que han invertido toda la paga de la semana y volver a casa afónicos y con su recién adquirido gorro de peluche de ‘League of Legends’. Para todos nosotros, los que soñamos con una réplica a pequeña escala de —como mínimo— la Gamescom, éste tampoco ha sido nuestro año. No obstante, dejando a un lado el vinagre y armándose de paciencia, Madrid Games Week se deja disfrutar; vale para pasar el mono y entretiene con sus lucecitas y sus escenarios de cartón piedra durante, al menos, la vuelta de reconocimiento. Ir con buena compañía y reencontrarse con algún conocido en la cola que nos amenice la espera hará que el mal sabor de boca se reduzca un poco. Mientras tanto, sólo queda esperar. Esperar a que la moda termine —como toda buena moda— y en caso de que definitivamente el videojuego decida tomar toda la cultura friki-nipona-youtuber como catalizador de este tipo de eventos… que Dios nos pille confesaos. Que yo ya no tengo cuerpo ni edad para beber tanto Monster.
¡Nos hemos mudado!
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