En busca de la felicidad

por

8 octubre, 2014

Ilustraciones originales de Miquel Rodríguez («pollomuerto»)

Tan jodido como te sientes cuando se desvanece el último trozo de pizza en una comunidad matutina de amigos. Tan jodido como el habitual fumador cuando se le acaba el último cigarro en plena noche de juerga. Tan extraño como una brillantez del bueno de Phil Fish. Tan nostálgico como te sientes al ver tus viejos juguetes. Así te has sentido más de una vez con los videojuegos. Y no te inventes excusas baratas; estamos aquí para descubrirnos a nosotros mismos, y si no has descubierto esa faceta en tu vida, reflexiona porque seguro que más de una hay. Cierra los ojos, piensa. Piensa más. ¿Ya te has dado cuenta?, perfecto, prosigamos.

El final de un juego debería ser lo que dice la propia palabra, el epílogo, el acabose, el se ha acabado date cuenta de una vez, pero más allá de eso, acabar un videojuego —y más si es un seal of quality— es el puente que separa el he empezado con el ha empezado. La diferencia entre estas dos frases tan similares en léxico, pero tan diferentes en significado, es que una ofrece el descubrimiento por el juego que está abordando el jugador en ese momento, y otra que ya ha terminado el título y tras el proceso de luto por acabar algo mágico, busca algo que le llene de la misma manera. Que en definitiva, le haga vivir emociones y no le deje con una cara que circula entre el pasotismo, el odio y la alegría, ambas cosas a la vez.

Todo final anuncia normalmente un inicio

Es perfectamente entendible que un usuario que ha terminado, por poner un ejemplo, ‘Red Dead Redemption’, intente buscar desesperadamente algo que le haga soñar de nuevo con un libertinaje en forma de western, que ni por asomo pudo lograr Neversoft con ‘Gun’. Es ese momento cuando el jugador se da cuenta que la fe ha nacido en él, y que le queda resignarse a que algún día vuelvan a hacer algo que le dé ese punto de libertad a su vida, que tal vez, por ciertos motivos, no puede tener por culpa del trabajo, la familia o cualquier otro tema personal, pero que los videojuegos una vez más le devuelve en forma de regalo, de utopía virtual.

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Olvidamos también a menudo, y muchos juegos parecen pérdidas irreparables, cual desamor en la vida real que se presenta en forma de cuerpo, arde, y después de quedar las cenizas se disuelve por el aire. No existe, nunca existió y no va a volver a salir a la luz a no ser que alguien te recuerde que estuvo ahí alguna vez, en algún momento. Algo así me pasa seguro a mí con ciertos juegos que odié en su momento por la sensación que me dejaron de vacío, pero que ahora por alguna razón se han esfumado.

En otros casos añoramos lo que una vez dejamos escapar, o lo que es lo mismo, queremos volver a recuperar ese juego que abandonamos porque nos pilló en un mal momento al jugarlo, o porque su dificultad era un soberano tortazo en la cara

No sois pocos los lectores que seguramente hayáis abandonado algún juego porque la dificultad era demoníaca, o porque directamente te ponía muy nervioso jugar a algo tan hardcore. En estas condiciones, debo decir que a título personal sí hay un juego que me ha sacado toda la rabia de dentro, ese es ‘Volgarr: The Viking’, y en menor medida —porque acabé terminándolos— ‘Demon’s Souls’ y ‘Dark Souls’.

La experimentación de ponerte la primera vez a sufrir y luchar contra viento y marea es sólo comparable a la satisfacción que produce terminar un título que veías imposible, y que con esfuerzo y constancia lo has terminado. Pero, ¿qué hay después de esos retos? Tan sólo te esperan innumerables títulos que en dificultad te van a parecer penosos, y siempre vas a querer sacar de ti ese jugador hardcore que necesita luchar para vivir nuevas experiencias, porque a pesar de todo, necesitas del sufrimiento a la hora de jugar. Llamémoslo masoquismo videojueguil.

A veces sentimos que, a pesar de estar disfrutando de un juego, vamos a sufrir una larga condena al terminarlo, porque querremos buscar algo parecido y la mayoría de las veces no lo vamos a encontrar. Vamos a ser surcadores de océanos para contemplar nuevos horizontes, en los que nuevos paisajes videojueguiles nos levanten y nos pongan de nuevo en situación. Y así, empezará un constante ciclo en el que terminaremos un juego, querremos buscar un título parecido y aparecerá otro para romper los esquemas. Y vuelta a empezar.

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¡Nos hemos mudado!

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