por Pablo Gándara
14 mayo, 2018
Mi primo tenía una Nintendo 64. Yo tenía una Sega Saturn. Muchas tardes pasamos discutiendo sobre quién tenía la mejor consola. Zelda y Mario solían ser argumentos difíciles de contestar hasta para Nights y Sonic (especialmente aquel Sonic…), pero había algo para lo que él jamás tuvo réplica; yo me levantaba del sofá, cogía un CD de la estantería, probablemente Celtas Cortos o algo por el estilo, lo metía en la Saturn y a partir de ese momento él tenía una consola; yo tenía algo más.
Las funcionalidades extra de las máquinas que utilizamos para jugar llevan tiempo entre nosotros sirviendo para mucho más que ganar estúpidos rifirrafes entre primos. Conocida de sobra es la importancia que tuvo en el éxito de PlayStation 2 la inclusión de un reproductor de DVD, tan fundamental en muchas decisiones de compra como el que el ordenador que queríamos para jugar a ‘Quake III’ sirviese también, en teoría, para hacer los deberes. Pero del mismo modo en que estos extras pueden decantar la balanza en favor de una plataforma, también pueden volverse en su contra. Recordemos, si no, cuando Sony decidió que su PlaysStation 3 era una consola viable por 600€ de los de 2006, no esperando seguramente que el Blu-ray tendría una minúscula parte del impacto del que gozó el DVD. Por no mencionar, claro, el desastre de comunicación que fue el lanzamiento de Xbox One, con el famoso discurso del TV-SPORTS y el énfasis en Kinect, un descalabro del que la marca todavía intenta recuperarse.
Lo interesante de esta última parte de la historia es la estrategia que Microsoft está siguiendo para salir del atolladero. Y es que si bien ahora mismo la narrativa es que Xbox One no tiene juegos, lo cierto es que allá por el 2016 la situación de la consola era bien distinta. Antes de las sonadas cancelaciones y cierres de estudios, la percepción era que Xbox, sin tener un catálogo para tirar cohetes, sí ofrecía más y mejores juegos que una PlayStation cuyos principales estudios tardaban en coger carrerilla. La lentitud de las ventas de Xbox se achacaba, pues, a factores distintos a los que solemos citar hoy en día, como el ser una consola menos potente que la de la competencia, el fiasco de Kinect y, sobre todo, el haber centrado su comunicación en los servicios. Y lo que a mí me llama la atención es que, pudiendo dar un giro de 180º, la compañía decidió continuar con esa estrategia pero reenfocándola en lo que de verdad importa: los juegos.
Desde entonces, la política de Microsoft ha estado clara: los juegos deben ser tan accesibles como sea posible, tanto desde un punto de vista económico como en lo referente a las formas de acceder a ellos. Recibimos anuncios como la retrocompatibilidad, que a día de hoy cuenta con cientos de juegos de 360 y la primera Xbox, el poder jugar a nuestros juegos tanto en consola como en PC sin tener que volver a pasar por caja, o el tan cacareado Game Pass, que permite acceder a un catálogo que incluye todos los lanzamientos de la propia Microsoft desde el primer día por una asequible mensualidad. Es evidente que en el camino han descuidado lo más importante, los juegos, pero es necesario entender lo que estos movimientos pueden significar para el futuro.
Supongámonos en un futuro próximo, tal vez en algún punto de 2020. Sony y Microsoft lanzan nuevas consolas con nombres tan revolucionarios como PlayStation 5 y Xbox Two. Lo hacen a un precio no muy dispar entre ellas, algo que oscile entre los 400€ y los 600€. A ese precio el comprador interesado habrá de sumar algún juego, por aquello de dar uso al cacharro. Un par de juegos encarecen la compra en cerca de 150€, una inversión que habrá que hacer varias veces durante los primeros dieciocho meses de vida de las nuevas máquinas. Se trata de un salto difícil para muchos, especialmente mientras contemplamos nuestras montañas de juegos sin terminar de la anterior generación.
Ahora supongamos un escenario en que esa inversión extra en juegos al comprar una consola no sea necesaria. Un escenario donde todos tus juegos de generaciones anteriores no sólo funcionen en tu nueva consola sino que lo hagan con un mejor rendimiento, incluso sin tener que ser parcheados. Un escenario donde puedas acceder a cada nuevo lanzamiento exclusivo a un precio muy bajo y ponga cientos de juegos a tu disposición incluso si no tuviste la anterior consola de la familia. Donde puedas jugar a tus juegos aunque provengas del PC. Y donde puedas probar cada nuevo lanzamiento aunque no te interese lo suficiente como para pagar por él. Da la sensación de que Microsoft entendió que, tras su desastroso lanzamiento, Xbox One no podría aspirar a mucho más que a ser económicamente rentable, pero que al menos podría servir para construir la pista de lanzamiento de su estrategia futura: difuminar las generaciones y hacer tan fácil y barato acceder al contenido como para que dicha accesibilidad se convierta en razón suficiente como para invertir en la plataforma.
Estamos en un momento clave para la industria. Con Microsoft recientemente dotando de independencia financiera y creativa a la división de Xbox, que ya no es dependiente de ninguna otra, y abriendo nuevos estudios de desarrollo mientras casi todos los principales equipos de Sony se encuentran todavía enfrascados en sus últimos proyectos para PlayStation 4, es difícil imaginar en qué situación se encontrará el catálogo de la próxima generación en el momento de presentarse. Ante la más que probable posibilidad de otros dos primeros años de parcos en lanzamientos exclusivos, la pelota se encuentra esta vez en el tejado de Sony. Relanzar los juegos más exitosos de PlayStation 3 en su sucesora fue una estrategia inteligente en lo comercial pero impopular entre los usuarios, así que sería arriesgado caer en la tentación de los números cuando la competencia ofrece lo mismo sin coste adicional. Por otro lado, la idea de implementar un servicio como Game Pass puede resultar tentadora si se tiene en cuenta que sólo en torno a un 10% de los cerca de ochenta millones de usuarios de PS4 se han comprado el juego exclusivo más popular del sistema. Una decisión muy complicada para Shawn Layden y su equipo, que con un parque de consolas tan grande que se acerca al monopolio, tienen mucho que perder y no tanto la oportunidad de ganar como la responsabilidad de conservar. El tiempo dirá.
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