por Luis García
20 marzo, 2019
Se agradecen esas ocasiones en las que un videojuego es capaz de agarrarnos tan fuerte que cada vez que nos asomamos a él se requieren varios intentos para tomar distancia. Arkane y su ‘Prey’ lo están logrando de tal forma que mi cabeza no desconecta de su propuesta. Ahora mismo vivo en la Talos I. En ella estoy comprobando cómo los sueños pueden convertirse en obsesión y provocar la rotura de los lazos familiares. También ese enfrentamiento constante contra nuestros miedos, fantasmas que serán capaces de golpearnos en la cara a la que menos nos los esperemos. Y cómo se nos invita a acabar con todo haciendo el sacrificio máximo, a la vez que se nos ofrecen escapatorias para salir con vida de una situación altamente compleja. Todo esto se nos presenta mientras caminamos por pasillos y salas repletas de arte: pinturas, ilustraciones, estatuas, incluso mobiliario, que recuerdan a otra época. Un guiño al art decó de obras como ‘Metropolis’, clásico atemporal alemán que data de 1927 y que también miraba al futuro.
Y la tensión es lo que une a todos esos componentes y convierte a ‘Prey’ en una obra fascinante. También el equilibrio entre zonas de descanso y esos periodos de sobresalto, siendo clave el sonido para lograr una inmersión tan completa en el jugador. Esenciales tanto los matices dinámicos que cambian de canal auditivo dependiendo de nuestra dirección, como las atmósferas oscuras que transportan el aviso de que algo acecha al bajar las escaleras. Composiciones que forman la primera mitad de la sesión de hoy y que dan paso a temas que son más movidos y que añaden luz entre tanto ruido y soledad. Dicotomía a la que nos enfrenta ‘Prey’ y que Arkane gestiona como nadie, siempre intentando que dudemos y reflexionemos sobre la realidad que nos rodea o el siguiente paso a tomar. Ahora sí, coge asiento —si puedes también unos auriculares—, dale al Play y disfruta.
¡Nos hemos mudado!
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