por Alejandro Patiño
15 febrero, 2017
Así que queréis oír una historia sobre buscadores de tesoros… ¡Jajaja! Tengo una historia estupenda: Pandora. Éste es nuestro hogar. Pero no te confundas, no es un planeta de paz y amor. Dicen que es un yermo, que es peligroso, que sólo un loco buscaría algo de valor aquí. Puede que esté loco, pero al menos no me dejo engañar por el aspecto de Pandora.
Mucha gente la conocía: la leyenda de la Cámara. Mi padre nunca dejaba de hablar de la Cámara, ni siquiera en su lecho de muerte. Tecnología alienígena avanzada, infinitas riquezas, fama, poder, mujeres… Como comprenderéis, muchos de los niños que oían estas historias soñaban con buscarla de mayores. Bueno, pues yo tengo una historia que no os creeréis: la leyenda de la Cámara es real, y está aquí, en Pandora.
Hace doscientos años desde que la corporación Atlas lo empezó todo. El descubrimiento de una Cámara repleta de tecnología alienígena en el remoto planeta Promethea les puso a la cabeza de la carrera armamentística interestelar, ahorrándoles años de investigación y millones de dólares de un plumazo. Ahora, la corporación Dahl quiere probar suerte en Pandora, un planeta cercano a Promethea del que se rumorea que contiene también una Cámara similar, quizá porque los Atlas también metieron allí sus narices hará unos setenta años. Para ello, Dahl se ha servido de una legión de reclusos a los que ha sometido a trabajos forzados. Cuando los Atlas regresan a Pandora, los Dahl no pueden hacerles frente, y abandonan sus instalaciones, no sin antes liberar a todos los reclusos para que les den la bienvenida, dejando Pandora infestada de maleantes con mucho tiempo libre y muy poco que perder. Pero cuatro bribones y su socio están dispuestos a embarcarse en una chaladura de misión para encontrar la Cámara por su cuenta…
Así, de primeras, ‘Borderlands’ nos abandona en el inhóspito Pandora. Nuestro simpar grupo de lunáticos tiene tan sólo una leve pista y una falta de apego a la vida realmente encomiable, así que pronto comenzaremos a movernos por los alrededores de Fyrestone con relativa seguridad. Pandora es un planeta árido, desértico, donde deberemos encontrar los fragmentos de una llave de piedra, única forma de abrir la Cámara. Vaya por encima de todo que ‘Borderlands’ es un first person shooter, pero sin duda puede presumir de ser uno diferente, nadando contra corriente en un mar de clones sin alma.
¿Te gusta, cariño? ¡Toma un poquito más!
Con un planteamiento de misiones al más puro estilo correveidile, Borderlands apuesta por el mundo abierto y el progreso de nuestro personaje como bazas jugables más importantes, al estilo de la “épica fantástica de mundo abierto” que tan grandilocuentemente promociona la saga ‘The Elder Scrolls’. Un combo jugable que debería funcionar de maravilla, pero que sin embargo nos somete a una aliteración constante de mecánicas; más bien pronto que tarde, el jugador entra en una dinámica de repetición continua, un bucle de activar misiones y seguir la marca del rombo verde en el mapa: un planteamiento previsible, salpicado de alguna confusa conversación que desvele algo de trama y algún enfrentamiento contra jefes.
Hay dos modos de hacer funcionar estas mecánicas manteniendo la diversión durante el montón de horas que los juegos de mundo abierto suelen durar. La primera de las fórmulas sería a través de una narrativa de verdadera altura, con misiones secundarias que no sólo diversifiquen y extiendan la trama principal, sino que sobre todo la complementen. Por poner un ejemplo cercano, podríamos hablar de ‘Skyrim’, que cuenta con una narrativa espectacular, con sus misiones secundarias bien estructuradas en subtramas que suelen enlazar de alguna manera con el tronco principal de la historia, lo que logra que, a pesar de ponernos a completar todas las misiones del juego, no perdamos el interés por culpa de misiones insulsas o descafeinadas. Todo es importante, porque todo suma para el entendimiento final de la trama central.
Las misiones son divertidas por la variedad de situaciones a las que nos someten a pesar de repetir los mismos objetivos
La segunda fórmula es la elegida por ‘Borderlands’ para aligerar la carga de déjà vu que los mundos abiertos suelen causar, y aboga por algo que muchos videojuegos parecen haber olvidado. La finalidad de todo juego es la diversión, por lo que poco importa la repetición mientras logremos conseguir que ésta sea divertida. Pongámonos algo serios: ‘Borderlands’ es un juego que fracasa estrepitosamente en la narrativa y repite su estructura todo el tiempo, pero al final lo único que cuenta es que logra divertirte misión tras misión, y no lo logra a través de la variedad de objetivos —solamente hay misiones de aniquilar la vida o de buscar piezas ocultas— sino a través de algo mucho más orgánico y lleno de sentido. Las misiones de ‘Borderlands’ son tremendamente divertidas por la variedad de situaciones a las que nos someten a pesar de repetir los mismos objetivos. En ‘Borderlands’ vamos a enfrentarnos a un montón de misiones diferentes sobre acabar con los malos, pero mientras en una tendrás que correr sobre pasarelas encima del agua, cubriéndote mientras los francotiradores te cosen a balazos desde la distancia, en otra subiremos a una base elevada y, al coger un objeto, aparecerán un montón de enemigos que sitiarán nuestra plaza, debiéndonos abrir paso desde arriba. ‘Borderlands’ es una auténtica oda a la diversión hecha videojuego. Brilla en cada uno de los apartados que garantizan que sus aproximadamente cincuenta horas de duración sean de las más divertidas que hayamos pasado con un mando —o ratón y teclado— en las manos, al menos en la pasada generación. Las habilidades propias de los personajes, así como su avance basado en niveles y árboles de habilidades, terminan de redondear la jugabilidad, aportándole un plus que despierta la ambición del jugador, que le impulsa a querer crecer rápido, sobre todo al principio, momento en que quizá la escalación de niveles es ligeramente más dura que la media del juego.
Dicho todo esto, no deja de ser cierto que ‘Borderlands’, al igual que todos aquellos juegos mal llamados de mundo abierto, dista mucho de contar con un planteamiento tan libre y lleno de posibilidades como suelen prometernos. Una vez acabado ‘Borderlands’, uno puede sentir que el juego se compone de un aglomerado de diferentes trocitos sobre un tapete que es el mundo de juego, exactamente igual que ‘InFamous’, ‘Skyrim’ o cualquier ‘Grand Theft Auto’. Cierto es que en el abismo situado entre rombitos verdes hay un mundo lleno de detalles y precioso de recorrer, pero al final, en la mayoría de los casos, hablamos de puro artificio, un decorado bonito lleno de jugabilidad accesoria, exigua sobre todo de trascendencia.
Puede que sea muy entretenido explorar cada cueva de ‘Borderlands’ o de ‘Skyrim’, pero al final en ellas no suele haber nada que no pueda disfrutarse en la historia principal. Alarga la duración, incorpora premios que podrían ser interesantísimos, pero el núcleo jugable puro y duro permanece inalterado. Por lo tanto… ¿no es en cierta manera una libertad ilusoria? Podemos elegir el orden en que llevaremos a cabo las misiones, podemos elegir explorar algunas ubicaciones opcionales o no hacerlo, pero al final de todo estamos alargando artificialmente el título, y si pusiéramos cada una de las misiones de la trama principal juntas una detrás de otra, también tendríamos un juego divertidísimo —y jodidamente largo, todo sea dicho—. Se trata más bien de añadir contenido a través de la repetición, que no de ofrecer material necesario y calidad acorde a la campaña, en especial porque generalmente son las misiones principales las mejor ejecutadas.
Pandora: orografía, flora y fauna
Pero no todo es negativo en los juegos de mundo abierto. Siempre es un placer poder recorrer un mundo virtual con casi plena libertad, especialmente si se trata de un mundo tan rico como lo es Pandora. Atravesarlo a bordo de nuestro buggy armado es una experiencia tan peligrosa como emocionante. Con solitarias llanuras, imponentes montañas, angostas gargantas, profundos cañones, peligrosas cuevas y hasta putrefactos arroyos, Pandora es un mundo desértico que ofrece un desolador paisaje lunar, pero no por ello desprovisto de fuerza y belleza.
Sin embargo, los acontecimientos anteriores al propio juego han propiciado la más sórdida decadencia, en la que se encuentra Pandora cuando nuestros maleantes aterrizan. Aquellos antiguos reclusos forzados a trabajar la piedra en condiciones cercanas al esclavismo se han agrupado en clanes diferentes, llegando a tomar territorios y organizar patrullas de caza en busca de aquéllos lo suficientemente locos como para merodear por Pandora. Además, tras la glaciación del invierno de Pandora, muchos de los peligros durmientes han dejado de hibernar, llenando el planeta de una fauna peligrosa y más hambrienta que nunca, lo cual ha hecho que cualquiera que los tenga tan cuadrados como para vivir en el planeta deba endurecerse aún más, acabando como han acabado algunos de los chalados líderes a los que nos enfrentaremos. Desde el maníaco Nueve Dedos (también tres bolas) hasta el salvaje de Krom o el loco de la velocidad Mad Mel, deberemos enfrentarnos a ellos en su territorio. La excéntrica personalidad de los jefes es una de las más gratas sorpresas de ‘Borderlands’, tal vez porque son el culmen de un sentido del humor tan negro y despiadado como absolutamente brillante y lleno de estilo. Un sentido del humor que llena al juego —y a Pandora— de vida, de rincones tan entrañables como una cómoda butaca en un punto elevado, con un rifle de francotirador a la izquierda y una caja de cervezas a la derecha, o los míticos carteles de Trouble señalando el camino hacia el jefe, así como las amenazantes pintadas de Pis Off sobre un cadáver sin cabeza sentado obscenamente en el suelo. Detallitos todos ellos que denotan muchísimo mimo y esmero, verdadera convicción en lo que se está haciendo. Esto es algo que nunca será suficientemente agradecido a los chicos de Gearbox, ya que me resulta muy difícil cuantificar el bien que le hacen al título. Además, por si fuera poco, ‘Borderlands’ también cuenta con un apartado técnico y artístico muy diferente al de la mayoría de juegos de su género, optando por una estética similar al cel shading (aunque con iluminación realista) pero aplicada a un género en la que no suele ser frecuente. Los primeros compases con el juego impresionan bastante, ya que resulta algo extraño a la par que tremendamente atractivo, y que le aporta al título muchísima personalidad.
El primer título de la franquicia ‘Borderlands’ es un juego que provoca sensaciones encontradas. Al principio todo parece profundamente nuevo y fresco, pero enseguida nos damos cuenta de que estamos ante la enésima interpretación del mundo abierto de misiones recadero, lo cual en este caso no es ni bueno ni muchísimo menos malo. ‘Borderlands’ se las ingenia para divertir durante toda su extensión, gracias a la frescura de sus misiones y las sensaciones que su mundo es capaz de suscitar en el jugador. Su inteligente sentido del humor denota en parte cierta preocupación por dotar al título de una personalidad muy marcada, presumiblemente conscientes de no inventar nada y buscando introducir un elemento diferenciador fresco, reconocible y atractivo. Conozco muy poquitos juegos tan divertidos y versátiles como ‘Borderlands’, que sirve lo mismo para un ratito corto como para largas sesiones de juego. Su propuesta adolece de profundidad narrativa, es cierto, pero brilla en la apuesta más segura de todas: la de una jugabilidad sencilla, directa e increíblemente llena de posibilidades.
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