por Pablo Gándara
5 noviembre, 2018
La trayectoria de ‘Tomb Raider’ siempre ha sido un tanto errática. Tras irrumpir con una obra maestra clave para entender el videojuego moderno, cinco secuelas un tanto continuistas de más dejaron claro que Lara necesitaba aire fresco. El giro radical de ‘Angel of Darkness’ acabó más mal que bien y, tras varios retornos a los orígines muy solventes a la hora de posponer las conversaciones que la franquicia debía mantener consigo misma, el último lustro vio nacer una trilogía que prometía indagar en el pasado de Croft, contarnos cómo se convirtió en saqueadora de tumbas y enfrentar al personaje contra sus propias contradicciones. Y fue un error.
Los juegos lanzados desde aquel ‘Tomb Raider’ de 2013 nos presentan a una heroína que abandona la adolescencia de golpe y se ve envuelta en una espiral de violencia que la acaba convirtiendo en genocida, tanto desde el punto de vista de la cantidad de gente que matamos como desde el de la propia trama del juego. El giro a la acción en sí no es un problema; es más, es una decisión que los desarrolladores tienen derecho a tomar y que se ve respaldada por unas mecánicas muy bien ejecutadas. El problema es que, siendo el juego una precuela y un estudio del personaje, plantea un dilema, el de la violencia excesiva, que ‘Tomb Raider’ nunca necesitó.
Rejugando la aventura original lo vi claro. El juego apenas presenta combate. Cuando hay combate, casi nunca nos enfrentamos a humanos, y los animales y monstruos que matamos nos atacan a nosotros, nunca al revés. Es por esto que, jugando al reboot de Crystal Dynamics, da la sensación de que querían hacer un juego en concreto pero carecían de libertad para trabajar en algo que no fuese esta franquicia, sensación reforzada por el hecho de que la guionista, Rihanna Pratchet, no tuviese ninguna vinculación previa con el personaje y su mundo. Y después está ‘Uncharted’.
La comparación entre ‘Tomb Raider’ y las aventuras de Nathan Drake ha estado ahí desde 2006, cuando el personaje de Naughty Dog irrumpió en el medio. Quizás la temática invite a ello porque, al menos por aquel entonces, ‘Tomb Raider’ y ‘Uncharted’ eran juegos muy dispares. Sin embargo, mientras Naughty Dog seguía a lo suyo, Crystal Dynamics no pudo evitar fijarse en lo que funcionaba tan bien para la competencia, integrando muchos elementos de ‘Uncharted’, en particular las set pieces, en ‘Tomb Raider’. Y he aquí la parte más interesante: la idea de que el personaje se replantee la violencia que inflige en el mundo, la cantidad de masacres que acomete, se habría adaptado mucho mejor a Nathan Drake que a Lara Croft. No obstante, Amy Hennig, creadora de ‘Uncharted’, tenía algo así en mente.
¿Y ahora qué? Tras el fracaso comercial y unas críticas probablemente por debajo de lo esperado, tiene pinta de que Lara volverá a la nevera, como los malos árbitros. Recibiremos remakes y remasters que intentarán mantener al personaje y vivo y, con el tiempo, otro juego. Aquí se plantean varios escenarios interesantes: ¿continuar con la Lara del reboot de 2013? ¿un nuevo reboot? ¿volver al enfoque clásico? Personalmente, creo que la saga no se puede permitir ninguna de esas tres posibilidades, no al menos sin antes, como se pretendió en 2013, enfrentarse a sí misma. Porque puede que Nathan Drake tenga la escusa de ser un cazatesoros, pero Lara Croft es, supuestamente, arqueóloga, y la idea de que una mujer británica se pase el día saqueando reliquias de culturas extintas (o ni eso) de otros países trae recuerdos un tanto amargos a más de uno. Muchas heridas del colonialismo europeo en general, y británico en particular, siguen abiertas, y continuar con la temática de Tomb Raider sin alterarla sería mantenerse en un charco en el que ya se han metido los pies pero adentrándose en la parte donde el agua cubre. Inglaterra (como España) invadió medio mundo, masacró y esclavizó a millones de personas y robó infinidad de símbolos y reliquias de un valor incalculable. Hoy en día, se resiste a devolverlas. Un juego que en 2018 va sobre recorrer el planeta saqueando los mismos tesoros de las mismas culturas es problemático porque manifiesta, o bien una ceguera alarmante, o bien una ideología muy perjudicial, fuertemente arraigada en el supremacismo blanco. Entonces, ¿debería ser este el fin de ‘Tomb Raider’?
No hace falta reiniciarlo todo
Una Lara un poco mayor que en la trilogía original, pongamos que de cuarenta y pocos, a lo Lena Headey. Autosuficiente, badass, que le importe bien poco todo. Que aproveche las brillantes mecánicas de exploración, dificultad y escalada implementadas en ‘Shadow of the Tomb Raider’ para desarrollar una aventura más pausada, intimista y solitaria. Es decir, un personaje maduro, capaz de hacer la misma reflexión y autocrítica que parte de la sociedad y la industria han llevado a cabo últimamente para entender que lo que estaba bien hace veinticinco años quizás ahora sea visto con otros ojos, los de una parte del planeta y la historia que, poco a poco, van ganándose una voz. Lara Croft no necesitaba la violencia como dilema moral en 2013 pero, ya que hemos pasado por ahí, sería interesante ver qué hace el personaje ante una diatriba mucho más importante tanto para ella como para la industria: encabezar una nueva ola de obras capaces de verse en el espejo y cambiar para mejor o reflejar la ceguera de una industria que ha escogido a Tom Clancy como la persona cuyas ideas debía representar en un mayor número de ocasiones.
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