14 octubre, 2019
Demasiados jugadores quieren, con buenas intenciones o no, «mantener la política lejos de los videojuegos»; una pretensión ingenua en el mejor de los casos, y malintencionada en el peor. No es sólo que los humanos imprimamos en todas nuestras creaciones un punto de vista sobre el mundo que nos rodea y cómo debe organizarse: es que tendemos a exteriorizar nuestras inquietudes políticas en los momentos en los que vemos posible que lleguen a más personas. Eso es lo que ha ocurrido esta semana con Chung Ng Wai, Blitzchung para los amigos, jugador profesional de ‘Hearthstone’ hongkonés, quien aprovechó una entrevista tras una partida de los Asia-Pacific Grandmasters para solidarizarse con la lucha de sus compatriotas, quienes protestan desde junio de 2018 contra la ley de extradición a la China continental de su Gobierno y contra la brutalidad policial.
La polémica no ha ocurrido con eso, sino con la reacción de Activision Blizzard: suspenderle de la competición y privarle del premio en metálico. La razón alegada: que había violado las reglas de la competición con su acto reivindicativo, según las cuales «realizar cualquier acto que, a la sola discreción de Blizzard, deje [a su autor] en mal lugar públicamente, ofenda a una parte o grupo del público, o dañe de otra manera la imagen de Blizzard» supone verse sometido a tales castigos. ¿Y quién es la «parte o grupo del público» que puede ofenderse aquí? El poderoso gobierno de China, por supuesto, que es quien debe dar autorización previa a todo juego que se comercialice dentro de sus fronteras. ¿Qué va a ser eso de permitir que jugadores de un título de Blizzard defiendan protestas contrarias al Estado? ¿Qué será lo próximo? ¿Un personaje de ‘World of Warcraft’ basado en Winnie the Pooh?
Con esta decisión, Blizzard nos ha recordado una lección que conviene no olvidar en estos tiempos de capitalismo depredador: las compañías no son nuestras amigas. A la hora de la verdad, si tienen que elegir entre cualquier cosa y sus beneficios, elegirán los pecunios sin dudarlo. No importa que las ficciones que elaboran y publican defiendan otros valores, porque un mercado de mil millones de potenciales consumidores bien vale servir de perro faldero de un régimen autoritario.
O tal vez no, porque la comunidad de aficionados a los juegos de Blizzard no ha acogido la noticia con mansedumbre. Fans de a pie y profesionales de la industria montaron en cólera ante la noticia, eligiendo muchos de ellos cancelar su cuenta de Battle.net o su reserva de ‘Overwatch’ para Switch, y múltiples trabajadores de Blizzard eligieron protestar contra la decisión de su compañía tapando con cinta dos de los valores tallados en la escultura de entrada a su sede –«Piensa globalmente» y «cada voz importa»– y reuniéndose en torno a la estatua con paraguas, símbolo de los manifestantes hongkoneses. Todo ello, además, enmarcado en una oleada de protesta general contra decisiones similares de otras grandes compañías. Blizzard acabó por revocar (parcialmente) la decisión, pero de una manera que, lejos de salvarles la cara, les deja como unos vulgares mentirosos, tratando de aparentar que la decisión de suspender a Blitzchung no tuvo nada que ver con su apoyo al pueblo de Hong Kong. Ahora, los enfurecidos fans pretenden llevar su ultraje por la traición de Blizzard a sus supuestos valores a las puertas de la mismísima Blizzcon, este 1 de noviembre.
Con esta decisión, Blizzard nos ha recordado una lección que conviene no olvidar en estos tiempos de capitalismo depredador: las compañías no son nuestras amigas
Detrás de esta furia hay un miedo: el miedo a que las compañías, en su eterna carrera detrás de esa quimera del beneficio creciente, estén dispuestas a sacrificar valores como la igualdad o la democracia. Después de todo, Activision Blizzard ya sacrificó a 800 trabajadores en un año de beneficios récord sin pensárselo dos veces, y censuró en Rusia el cómic de ‘Overwatch’ que revelaba el lesbianismo de Tracer. ¿Qué más no serán capaces de hacer a cambio de seguir llenando la caja de beneficios? ¿Tal vez remasterizaciones de sus juegos que reduzcan o borren los mensajes de inclusividad y rebelión contra la tiranía que contienen muchos de ellos? Después de esta decisión con el pobre Blitzchung, todo es imaginable, porque todo suena posible.
Claro que ¿hasta qué punto podemos culpar a Blizzard de esto? ¿O a las demás compañías? Vivimos todos en un mundo ferozmente capitalista, donde las empresas existen al son que marcan los accionistas, quienes no quieren otra cosa que un beneficio superior cada año, y los ejecutivos, que no hacen más que subirse los sueldos y garantizarse jubilaciones de oro. En ese contexto, cualquiera con poder puede convertirse en el amo de una gran compañía, con tal de tener en sus manos la llave a un nuevo mercado, oportunidad de negocio o fuente de ingresos. Blizzard, o la compañía de turno, obedecerá como perro faldero bien entrenado ante la promesa de jugosos beneficios o la amenaza de perderlos.
Bueno, pues peor para los accionistas. Y para los ejecutivos, con Bobby Kotick y su sonrisa falsa a la cabeza. Y para la compañía en sí, ya puestos. Ser un cagón a cambio de dinero tiene consecuencias: si las temen menos que a la ira del Gobierno chino, allá ellos. Y si eso les hace daño a corto, medio o largo plazo, ¡mala suerte! Que se diviertan siendo el gato en el regazo de gobiernos autoritarios; los que les hicieron ser lo que son ahora les darán la espalda, y esperemos que lo hagan en suficiente número como para que lleguen a lamentarlo.
¡Nos hemos mudado!
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