por Alejandro Patiño
21 octubre, 2015
¿Y si todos los seres de la Naturaleza contaran con un aura propia, personal e intransferible? Una onda energética que definiera aquello que somos como si de una larga cadena de ADN se tratara. Una fuerza interior que empujara para unirnos a todos en un ciclo vital capaz de regenerarse de manera eficaz y sostenible.
Recuerdo el momento en que se anunció a bombo y platillo la película de ‘Final Fantasy’. Era una época de concatenación entre el video CG y la narrativa guionizada. Época del esplendor del JRPG, de competir por el número de discos que traía cada juego y de valorarlos por la calidad de los vídeos. La animación por ordenador estaba de moda. Pixar había hecho ya de las suyas con películas como ‘Toy Story’ (1995), ‘Bichos, una aventura en miniatura’ (1998) o ‘Toy Story 2’ (1999), pero la gente quería más. Era como cuando te descubren algo nuevo y no eres capaz de verle el techo. ‘La fuerza interior’ tendría el honor —y la responsabilidad— de ser la primera película de animación por ordenador creada enteramente con personajes realistas, que trataban de emular a actores reales. En 2001, y con un presupuesto de 137 millones de dólares —que multiplicaba por 4,5 el presupuesto de Pixar con ‘Toy Story’— nos llegaría la primera película basada en un universo de ‘Final Fantasy’. Una película adelantada a su tiempo, en todos los sentidos, que cometería varios errores, pero que acabó cosechando una crítica demasiado negativa para la belleza del mensaje que transmite.
Hironobu Sakaguchi, padre de la saga ‘Final Fantasy’ iba a ser el encargado de dirigir ‘La fuerza interior’. Tras un montón de años emocionándonos con maravillosas historias, había ido poco a poco interesándose en la animación por ordenador. Como subdirector de Squaresoft, y aprovechando la reciente creación de Square Pictures en 1997 para elaborar secuencias CGI que nutrieran los juegos de Squaresoft, Sakaguchi tendría su oportunidad para probarse como director en este campo. Talentoso director de videojuegos hasta ‘Final Fantasy V’ y exitoso productor desde ‘Final Fantasy VI’, Sakaguchi acometía un nuevo reto personal. Y como siempre nos tuvo acostumbrados, tomaría la vertiente más personal de su talento para enfrentarse a lo desconocido.
La Tierra, año 2065. Hace treinta y cuatro años que los espectros llegaron a bordo del meteorito Leónidas. En pocos días arrasaron con la práctica totalidad de la humanidad, condenando a los pocos supervivientes a refugiarse en ciudades escudo. En la nueva New York City, la Ciudad Barrera 42, un consejo formado por las mayores personalidades en materia científica y política debaten la necesidad de disparar el gran cañón Zeus contra el mayor foco alienígena, el lugar donde impactó el meteorito en las montañas cercanas al mar Caspio.
Mientras tanto, una mujer arriesga su vida buscando una planta. La doctora Aki Ross no duda en ponerse en peligro para encontrar formas de vida en un planeta prácticamente desierto. Colabora con el doctor Sid en sus investigaciones para sustentar una teoría que ambos creen que es la única oportunidad para vencer la amenaza alienígena. Encuentra la planta en el momento preciso. Está rodeada de espectros cuando el escuadrón ‘La mirada intensa’ la encuentra.
Ya de entrada la película deja muy a las claras que el tema a tratar será un clásico entre las obras del señor Sakaguchi. En ‘La fuerza interior’ la muerte abre el telón con su macabra presencia, el planeta entero está casi despoblado debido al yugo de una raza alienígena que lleva tres décadas alimentándose de almas humanas. Incluso son denominados fantasmas, debido a su carácter incorpóreo. En su enésima búsqueda de la respuesta sobre los misterios de la vida y la muerte, Sakaguchi nos presenta un mundo devastado en el que tan sólo una débil esperanza es capaz de arrojar algo de luz sobre tantísima oscuridad.
Las convicciones del doctor Sid defienden la teoría de Gea, según la cual todos los seres que pueblan la Tierra tienen un espíritu. La Tierra, a su vez, también cuenta con un espíritu propio. Cuando un ser vivo muere, su espíritu enriquecido por las experiencias de la vida vuelve a Gea, alimentando el espíritu de la Tierra y haciendo que éste crezca.
Todos los seres tienen un espíritu expresado en base a un patrón de energía bioetérea. Como es bien conocido y ampliamente demostrado, dos ondas bioetéreas opuestas se neutralizan mutuamente, por lo que de ser capaces de crear una onda de energía diametralmente opuesta a la onda que emiten los fantasmas, dispondríamos de un arma eficaz capaz de destruirlos. El problema principal es que los espectros han arrasado con la mayor parte de la vida del planeta, por lo que encontrar los organismos vivos que emiten las ondas necesarias para crear la onda opuesta a la de los fantasmas es algo muy complicado. Se necesitan ocho patrones de ondas diferentes, que suponen la búsqueda de ocho espíritus, ocho seres vivos cuya combinación de ondas bioetéreas daría como resultado la onda opuesta a la que emiten los espectros. Toda una declaración de intenciones: sólo la vida es capaz de hacer frente a la muerte. Sakaguchi no se vende, es fiel a sus principios y por ellos es capaz de morir; por tan sólo una idea. Frente a la rendición y la locura de la muerte, la perseverancia y la razón de la vida. Sakaguchi está siempre tratando de buscar justificaciones a la existencia o explicaciones para la muerte; desde la duda existencial de Cecil explicada a través de sus orígenes en ‘Final Fantasy IV’ hasta la obsesión por la herencia genética de Jénova en ‘Final Fantasy VII’ , el problema de identidad de Vivi en ‘Final Fantasy IX’ o el concepto de vida onírica de los eones en ‘Final Fantasy X’. ‘La fuerza interior’ aboga por la fuerza de la vida en sí misma. Esa fuerza que todos llevamos dentro y que nos define, nos impulsa a ser lo que somos y a interactuar con los demás en la forma en que lo hacemos. Ese ansia por la supervivencia, mezclada con las dosis justas de amor, amistad y perseverancia, sin lugar a dudas los tres bloques de hormigón sobre los que se construye toda la saga ‘Final Fantasy’.
Durante una reunión del consejo, el general Hein solicita el uso del cañón Zeus de manera inmediata y el doctor Sid explica su teoría. Como han comprobado en pacientes infectados por los fantasmas, cuando se les trata con energía bioetérea, el virus penetra más hondo en el tejido humano, tratando así de resguardarse de la onda. El doctor Sid teme que si se dispara el cañón Zeus, los fantasmas respondan de igual manera, adentrándose en la corteza de la Tierra y dañando al espíritu de Gea en el proceso. Por eso una onda que elimine a los espectros de manera instantánea es la única manera de destruirles. Viendo la falta de pruebas que sustenten las palabras del doctor Sid, Aki decide intervenir, mostrando que la onda inacabada del doctor Sid ha logrado recluir y mantener estable a un fantasma dentro de su propio cuerpo. Aki es el primer espíritu, y dentro suyo se han ido acoplando las ondas de todos los encontrados hasta la fecha. Faltan dos espíritus y muy poco tiempo. Los sueños de la doctora son cada vez más misteriosos, y eso sólo puede significar que los fantasmas de su interior están empezando a ganar la batalla.
En este preciso instante, Sakaguchi saca toda la artillería. Aunque ya se intuye que Aki esconde algo, el momento en que todo se desvela es el verdadero punto de inflexión de la trama. La simbología es evidente. La doctora Aki Ross tiene la única clave disponible para la salvación del planeta: el prototipo de onda opuesta a la alienígena. Una onda creada con el mismo producto del planeta, la esencia de los seres vivos que en él habitan. El planeta utiliza sus propias armas para defenderse de la amenaza exterior, y además utiliza a Aki como contenedor, parte y portadora de la propia arma que supone la última esperanza. La Tierra utiliza a Aki, como el planeta de ‘Final Fantasy VII’ utiliza a sus Armas, enviándolas para protegerse a sí mismo de los Shinra que buscan destruirlo. Sin duda alcanza aquí el mensaje aún mayor relevancia, siendo una humana la portadora de tanta responsabilidad y esperanza. Pocas veces un personaje de la saga ‘Final Fantasy’ ha tenido tantísimo peso como el que tiene la doctora Aki Ross en este capítulo.
A partir de aquí, los acontecimientos se precipitan. Intentando convencer al consejo para que autorice el uso del cañón Zeus, el general Hein deja entrar a un número de espectros que piensa que es capaz de controlar, justo en el momento en que todo se destapa. Aki tiene su último sueño, en el que se descubre que los fantasmas no son un ejército invasor, sino solamente las almas imperecederas de los seres vivos que un día fueron. Tras explotar su planeta, sus habitantes no pudieron sobrevivir al viaje del meteorito hasta la Tierra. Al estar muertos, los fantasmas —o más bien espectros— pueden moverse a través de los canales de energía bioetérea de la Ciudad Barrera 42, por lo que terminan invadiéndola. Tan sólo falta un espíritu. Aki y Grey, dirigidos por el doctor Sid llegan al meteorito Leónidas, en una misión desesperada con la única finalidad de encontrar el espíritu que complete la onda. Llegados a este punto, la única esperanza para la vida en la Tierra es que Aki y Grey logren encontrar al último espíritu en las inmediaciones del cráter formado por el meteorito, guiados únicamente a través de una conexión de audio con el doctor Sid.
Sakaguchi nos presenta una escena final de auténtica altura, con el general Hein huido a la ingravidez del Cañón Zeus, disparando desde la atmósfera, lleno de odio y rabia para acabar con los espectros, con Aki, con el planeta y con absolutamente todo lo que se le ponga por delante. Representa la inconsciencia de la rabia y la desesperanza. Tras perder a su familia a manos de los espectros, el general Hein eligió la muerte y la desesperación en lugar de la vida y la esperanza, y por ello es que se encuentra consumido por su propia ignorancia. Justo cuando el radar muestra al último espíritu, una última detonación del cañón Zeus lo destruye, dejando a Aki y a Grey con aún menos posibilidades de éxito que hace unos minutos. Lo que sucederá a continuación será una auténtica lección de vida; uno de los mensajes más bellos lanzados en el medio de los videojuegos, en este caso hecho película.
‘La fuerza interior’ es un producto imperfecto. Resulta imposible dejar de admitir sus errores. No se puede tratar de contar una historia tan hecha para un videojuego con el lenguaje del cine. ‘La fuerza interior’ es como el pez que acabas de pescar del pantano. Se revuelve en un punzante estertor, enérgica explosión de vida que precede a la muerte, lucha por salvarse, pero acaba muriendo boqueando, asfixiado por sus propios errores, incapaz de respirar en un medio que no es el suyo. La película de ‘Final Fantasy’ —la auténtica, y no aquella que vino a ampliar un guión cerrado con el vil metal como objetivo— muere de ansias de gustarse. Cuenta con una grandísima historia, un mensaje de enorme belleza y una factura técnica aún a día de hoy envidiable, pero falla en la narrativa, lo que causa que parte del mensaje se pierda a menos que se investigue. Y ahí radica el error. Uno va al cine a pasar un buen rato.
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