23 abril, 2019
Entre los juegos en primera persona de Monolith Productions, puede que uno de los que guarde mejor recuerdo sea ‘Condemned: Criminal Origins’. ‘Condemned’ nos vestía con la piel de un agente del FBI y nos ponía a seguir la pista de un asesino en serie por paisajes urbanos abandonados, presas de la entropía y la suciedad, en los que tras cada esquina podía acechar un vagabundo psicótico dispuesto a matarnos a golpes de tablón o llave inglesa. Aparte de un combate cuerpo a cuerpo sólido, ‘Condemned’ ofrecía una atmósfera convincente de decadencia urbana que fundamentaba y multiplicaba el terror de su propuesta.
El recuerdo de aquel pequeño clásico está muy presente en ‘Filthbreed’, de Borja Zoroza, un juego corto disponible en formato «paga lo que quieras» que parte de una premisa similar para ofrecernos una experiencia tensa, con abundantes toques lovecraftianos y unas cuantas escenas no aptas para estómagos sensibles y/o entomófobos. Porque no, la cucaracha que aparece en la pantalla de título no es un simple toque de atrezzo: es un aviso de que el juego va a hacer honor a su título, que podríamos traducir como «estirpe de la suciedad». ¡Vaya si hace honor!
Pero ¿cuál es el punto de partida de ‘Filthbreed’? Nuestro avatar sigue siendo un representante de la ley, aunque no de tanto nivel como en ‘Condemned’: de agente del FBI pasamos a mero poli novato de la deprimida urbe de Detroit, al que le han encomendado investigar un almacén abandonado que podría tener relación con un camionero buscado por su relación con varias desapariciones de vagabundos. Ya sabéis, al pipiolo siempre le tocan los marrones… pero el que nos encontramos esta vez es particularmente literal.
Dentro del almacén hallamos pasillos derruidos, carcomidos por la acción del tiempo, y salas tan rebosantes de basura que casi es posible olerla –apuesto a que algún día la RV lo hará posible, suponiendo que no nos extingamos antes–; también, las clásicas notas garabateadas con ominosas advertencias de los horrores que han ocurrido entre esas cuatro (inestables) paredes, y… ¿una pistola? ¿Acaso hemos acudido a investigar sin una? Mejor cogerla, por lo que pudiera pasar, ¿o no? Pues claro que sí, porque en cuanto la tengamos en nuestras manos aparecerá el primero de nuestros enemigos, y más nos vale abatirlo rápido; sobre todo, hacerlo sin desperdiciar una bala, que sólo tenemos un cargador, y a saber cuántos horrores como él habrá por el almacén.
Superado este trance, toca explorar en busca de pistas escritas, algún otro cargador, y más criaturas como la que nos ha atacado al coger el arma. Todo bastante simple, sin grandes alardes ni dificultad, pero con una atmósfera tan tenebrosa y mugrienta como en los mejores momentos de su más directa inspiración. De hecho, el ocasional modelo bajo en polígonos con aspecto de refugiado de un survival horror de la PS1 que nos encontraremos, lejos de romper la ilusión, contribuye a reforzar el horror grimoso que permea todo ‘Filthbreed’. A todo ello hay que sumar las insinuaciones lovecraftianas, presentes tanto en las notas que nos detallan el trasfondo del almacén como en los propios monstruos que encontramos, y que al igual que en las obras del sabio de Providence tienen mayor efecto por lo que sugieren que por lo que (apenas) explican.
Dependiendo de si exploramos el almacén en su totalidad o no, obtendremos tres finales distintos; pero, ¿para qué engañaros? El que sacamos por resolver la desaparición que nos ha llevado allí es el mejor de los tres; los otros dos dejan a nuestro anónimo protagonista con el sambenito de la cobardía y, en uno de los casos, con pesadillas para toda la vida. Además, si vais a jugar a ‘Filthbreed’, ¿no vale más la pena ver entera su cabalgata de horrores insectoides y suciedad desatada? Claro que lo vale, como valdrá la pena ver qué otras cosas es capaz de hacer Borja Zoroza en el futuro.
¡Nos hemos mudado!
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